10. La chaqueta

504 60 15
                                    

Alesara

Asco, eso siento mientras vomito en una esquina del solitario pueblo, ¿cómo no me defendí cuando me tocaron esos desgraciados?, no podía y mucho menos sedada; en mi mente se repite una y otra vez la cara de Adrian, esa parte de su cuerpo que quiero golpear a morir, suspiro cuando termino de vaciar mi estómago.

Y sigo con mi camino.

Intento irme por la oscuridad, la chaqueta que tengo me ayuda como camuflaje, ¿de quién será?, no recuerdo nada luego de ser encarcelada, no sé cómo salí ni cómo llegué a la casa de la tía de Dafne; sea como sea, agradezco ese gesto, aún así, no quise quedarme para ver a Dierik ni a Abraham, con solo mencionarme sus nombres quise desahogar mi furia con ellos.

Pero no, eran inocentes.

Al menos en mi caso, en ningún momento Die, como lo llaman todos, me toco ni me hablo tan sucio como lo hizo Adrian, ni Abraham podría culparlo, aunque eran hombres, no había nada que me asegurara que me dejarían en paz; al visualizar mi casa, suelto un suspiro de alivio, aún más cuando veo varias patrullas con las luces encendidas, entonces corro.

La velocidad me es irrelevante ahora.

— ¡Papá! — grito con alegría al verlo y me le tiro encima.

— Dios, gracias — susurra y acaricia mi cabeza sin soltarme — ¿estás bien?, ¿quiénes fueron Alesara?, ¿quién te hizo daño?

Yo niego.

— No lo sé — miento al borde del llanto por estar protegida — lo siento.

— No es tu culpa, hija — niega y escucho la puerta principal de la casa abrirse.

— Entra — mi madre me mira enojada y puedo escuchar el suspiro de mi padre.

— Aura — su voz se ha endurecido — déjala tranquila.

Mi madre no responde y su mirada empeora.

— Debo entrar — digo sabiendo lo que me espera — lamento ponerte en apuros, papá.

— Por ti, movería todo el mundo, Alesara — su sonrisa me reconforta — descansa, mañana te haré unas preguntas.

Asiento y camino a la casa.

Aura Klesler es autoritaria, con la manera en que sus ojos me observan, es suficiente para doblegarme ante sus órdenes, puedo sentir como escudriña mi cuerpo, mi ropa, todo; al entrar a la casa, escucho cómo cierra la puerta, mi vista está en mis pies descalzos, no sé en qué momento perdí mis zapatos y quiero reírme por esa tonta preocupación.

Pero entonces siento un golpe en mi cara.

— ¿Cómo se llama? — no grita pero el tono de su voz es peor.

— No comprendo — lloro mientras acaricio mi mejilla que arde ante la cachetada.

— La chaqueta que traes es de un chico, Alesara — me toma del cabello y me obliga a verla — una prenda cara, a decir verdad, ¿cómo se llama el chico?

— No lo sé — digo quejándome y es la verdad, no sé quién me la dio — mamá, me lastimas.

Me tira al suelo sin piedad.

Ya estaba adolorida por los golpes que me dieron en aquel lugar, pero ahora estoy peor, a mi madre no le interesa que esté ya herida, tampoco veo un atisbo de tranquilidad al ver que llegue viva a casa; ella está enojada, furiosa por yo tener una chaqueta de un chico y, para ser honesta, empieza a quemarme con solo saber de qué género proviene.

Mi madre vuelve a golpearme.

— Tantos años, Alesara — empieza a llorar de la cólera — y ni así aprendes, los hombres son peligrosos, son malos, muy malos.

AtracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora