'El chico que conoció mi cama'

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—Reunámonos en la casa de Royce. Es muy amplia y su abuelo cocina deliciosas galletas de chocolate —un compañero propuso y el resto del equipo estuvo de acuerdo con eso.

Yo continué escribiendo notas, como si de eso dependiera mi existencia. 

No me gustaba la universidad, ni siquiera un poco, esa experiencia de universitario que muchos adolescentes se imaginan y esperan perseguir, en mi caso, no era más que una forma muy desesperada por mantener ocupado mi cerebro.

Al darme cuenta de que todo me miraban, supe que esperan una respuesta.

—No —concluí sin entrar en discusión.

Escuché sus quejidos durante toda la jornada, pero pretendía que eso no me desconcentraba.

—Yo también quiero ir a tu casa —susurró mi compañero de asiento.

—¿Y a mi cama no te apetece ir? —bromeé sin observarlo.

Solo quería que dejará de hablar, pero me sorprendió como enrojeció al escucharme.

Era el único que no había cambiado asiento durante los tres meses de clases. Solo cambiaba de posición cuando yo lo hacía. Estaba siendo demasiado pegajoso, pero, muy en el fondo, me agradaba.

—Era broma. No puedes ir a mi cama... ¿Sabes por qué?

—No —dudó si decir o no algo más.

—Porque huele mal. Yo no me baño y tengo una cita todas las mañanas.

Le mostré mis manos y sonreí.

—¿Estás diciendo todo esto para que no vayamos?

Él había dejado de hablar, ahora era una chica quien peguntaba.

—No te preocupes, igual así iremos —dijo ella.

No pude detener a ninguno de los siete. Cuando salimos de la universidad, todos subieron a sus autos con dirección a mi casa y, cuando estuvieron frente a la puerta, esperaron pacientemente a que yo abriera.

A todos les gustaba mi casa porque era amplia; mucho espacio para desarrollar los talleres y acomodar láminas de papel por todos lados.

A mí no me gustaba, precisamente por eso, porque había mucho espacio. Todo se sentía tan frío, tan poco familiar. Todo lo que mi abuelo y yo hiciéramos para darle ambiente, no valía la pena. Incluso cuando cocinábamos las galletas de chocolates que les gustaban a mis compañeros, ni el aroma de estas lograba llenar ese sentimiento.

—¿Piensas en algo? —el mismo chico que siempre molestaba, me sacó de mis pensamientos más destructivos —. Los demás subieron a la alberca. ¿Hacemos lo mismo?

—¿Se aprovechan de mí?

Él parecía tomarse todos mis comentarios en serio, por eso siempre tenía que decir que era una broma.

—Royce...

—Ah, ya veo —me acerqué a donde estaba —. ¿Te quedaste porque quieres mirar mi cama?

Creía que retrocedería, pero no lo hizo, me dejó seguir avanzando y acercarme más a donde estaba.

Él era atractivo, pero no del tipo de belleza desafiante, más bien, esa belleza que solo podía apreciarla si lo tenía lo suficiente cerca.

—¿Solo juegas o en verdad eres gay? —su pregunta lo enrojeció mucho más a él que a mí —. O puede que te gusten ambos... lo siento... o no ambos.

Llevó las manos a su cabeza, confundido.

Así era como yo me sentía todas las noches: confundido.

No sé por qué, a mi mágica cabeza se le ocurrió contacto físico como respuesta, pero mi pene no se quejó cuando comenzó a ser acariciado con tanto deseo; era mucho más agresivo que cuando yo lo hacía solo, y esto también me gustaba, incluso el contacto de sus dientes en mi oreja me estaba haciendo sentir bien.

Mi trasero tocó la isla de la cocina y abrí mis piernas para que acomodara su cuerpo entre ellas. Me di cuenta de como ahora era yo quien buscaba tener contacto con la boca de la persona que me estaba acariciando, ya no evitaba los besos o los sobre analizaba, solo me gustaba sentir la humedad de la otra persona y mi lengua rozando la suya.

—¿Quieres conocer mi cama? —propuse.

Pero ahora lo estaba diciendo sin bromas de por medio.

Accedió a subir sin ningún tipo de protesta, yo le seguí, después de asegurarme que todos estaban tomando sol o en la piscina bañándose y jugando entre ellos.

Éramos nosotros dos en mi habitación, y, a pesar de no hacer tanto ruido, jugábamos a darnos placer como locos. Sentí cada uno de sus besos en mi espalda, mis músculos se relajaron y todo el estrés y tensión que estaba sintiendo se borró por completo, solo para ser reemplazado por un dolor de culo tremendo.

—¿Me dejarás aquí? —renegó. Después de observarme como me secaba el cabello y abría la puerta para salir.

—Me dejaste en este estado —me señalé a mí mismo —. A penas puedo caminar y no me quejo.

Él sonrió, con una mezcla de preocupación y diversión.

—Solo subiré a mirar a los demás, luego regreso —aseguré.

Estuvo de acuerdo y yo avancé. A punto de cerrar la puerta estaba, cuando alguien subió por las escaleras.

—Royce —dijo mi abuelo.

Y mi mundo se vino abajo en un instante. No porque estuviera desnudo, yo traía ropa. Tampoco por el ruido que estuvieran haciendo mis compañeros en la alberca. Mi mundo se fue a la mierda cuando seguí la dirección de la mirada del abuelo, y me di cuenta de que había dejado la puerta entre abierta, y él observaba el chico que estaba arropado con mis sabanas en mi cama.

—Abuelo —contesté. Temblando del miedo a la vez que pronunciaba su nombre.

...

Y es como si pareciera que estaba haciendo algo malo, pero cuando lo analizaba, no estaba haciendo algo malo.

Estaba teniendo sexo con un chico en un lugar seguro como mi habitación.

Ambos usábamos protección.

Teníamos el consentimiento del otro.

Nuestras edades eran las mismas... o similares.

Solo disfrutábamos y hacíamos al otro disfrutar.

Eso quería explicarle, pero no encontraba el valor par defender mi posición sobre el tema. 

La Historia De Royce (✔️)Where stories live. Discover now