'El chicle'

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No fue hasta dos semanas después, me enteré de que mi hermana había terminado con el paliducho. Obviamente la culpa no fue mía, aunque me hubiese gustado que así fuera, pero no. Seguramente alguien más estaba en la lista de mi hermana. Pobre de ellos. O pobre de ella. Quien para saber.

Rápidamente dejé de pensar en eso cuando la maestra se acercó. En sus manos traía un ramo de rosas, eran tan rojas... tan hermosas. Hasta sentí pena por las rosas, tener que estar en manos de una bruja como ella seguro no era tarea fácil.

Mis demás compañeros saltaban de un lugar a otro, gritaban y resoplaban como caballos alegres. Sus madres comenzaron a entrar al salón: todas iban tan horribles, con ropa asquerosamente exagerada. Sus maquillajes espantosos me dejaron perplejo.

—Que alguien les quite las brochas a estas locas  —mascullé para mi mismo mientras arreglaba una mesa.

—Royce, tu madre ha dicho que no podrá venir —la maestra se acercó a decir.

Vaya dato que no me interesaba.

—Oh —fingí estar triste y cuando miré que se alejó pegué un chicle a una de las sillas de las invitadas.

La verdad era que, poco mi importaba lo que hiciera mi madre. Si quería vestirse como payasa y seguir en su circo, no era de mi interés.

No sé si está de más decir, pero el plan de convertirme en uno de ellos había fallado. Eso había durado menos de una semana.

Nunca sería una copia de alguien más, porque incluso si me tocaba ser un desastre, me iba a convertir en un desastre auténtico, no una copia de personas que frente a los demás fingían ser especiales solo para ocultar los miserables que eran.

La música detestable comenzó a sonar en aquel salón. Miré como una señora de chaqueta elegante y pantalones ajustados se sentaba en el lugar donde había pegado el chicle. Pobre trasero enorme, se iba a sentir insultado.

—El niño de los ojos color popo está aquí —unos brazos me rodearon por la espalda. Su perfume llegó rápidamente a mi nariz y me hizo sonreír casi al instante.

—La anciana que no puede caminar por su cuenta, también está aquí —sonreí con malicia.

—Si tu cráneo no fuera tan débil, ya te hubiese pegado con mi bordón.

—También te extrañé, abuela —ella dejó de abrazarme para subir sus manos a mi rostro.

—Mírate, eres tan lindo.

—Lo sé

—Un gracias nunca está de más.

—Gracias, lo sé.

Así como la vida te da personas asquerosas, también pone personas maravillosas en tu camino. Mi abuela era un claro ejemplo de eso.

—¡AGGGGGG! —. Los gritos de la señora de culo grande se hicieron escuchar.

¿Tanto alboroto por un pequeño chicle? Con un poco de agüita podía quitarlo de su pantalón.

Mi abuela me dedicó una mirada significante.

—Yo no fui —me apresuré a decir.

—Yo nunca dije que tú fuiste —se apresuró a contestar.

—Hay muchos niños aquí —escondí mis manos en mi bolsillo.

—Lo sé.

—Bueno...

—Seguro que a todos esos niños les gustan los chicles de frutilla —mi abuela me guiño un ojo.

—Seguro

—¿Quieres ir por algo de comer? —preguntó, respondí con una sonrisa y ambos salimos del salón.

Escuché como la maestra nos hablaba, diciendo que era un evento importante, pero mi abuela y yo no giramos a verla.

...

Debí de pegar muchos más cliches esa vez. Hacer enojar a muchas más personas. 

La Historia De Royce (✔️)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum