35. La última regla

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Mis navidades nunca habían sido del tipo lacrimógeno, pero al parecer este año ya tendría que ser por completo diferente todas las fiestas que haya vivido antes

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Mis navidades nunca habían sido del tipo lacrimógeno, pero al parecer este año ya tendría que ser por completo diferente todas las fiestas que haya vivido antes. En cinco días me han dicho tonto por no darme cuenta de que la chica que estaba buscando, estuvo a mi lado y no pude descubrirla hasta que le quité una máscara. Logramos con mediano éxito entregar un gato, aunque no creo que nadie nos volvería a contratar para esto. Me peleé por primera vez con mi amigo de toda la vida y nos reconciliamos de nuevo. Descubrimos que, efectivamente, el padre de él es un idiota. Pasé la mitad de la Navidad en un atasco y la otra mitad en casa de gente que no conocía.

Después del abrazo grupal, alguien tenía que volver a elevar el ambiente. Michelle es la encargada, porque al final decide cambiar, al igual que Scrooge, y les deja a los niños las dos casitas de jengibre. La más pequeña cae rendida antes, por lo que el hijo de Amanda y la niña de Abigail toman cada uno una caja y compiten para ver a quién le queda mejor. Los adolescentes se ofrecen como voluntarios para ayudar a cada uno de los niños. Michelle incluso los graba para sus stories antes de que se coman la casa a pedazos.

Para ella platicar de viejas anécdotas no es suficiente, por eso desempolva los viejos juegos de mesa de la familia. Nos quedamos dos horas peleando por cartas, luchando para completar un color y poner una casa de plástico en nuestros terrenos. En la pista ella no era ni la mitad de lo competitiva que es ahora. Ella gana, por supuesto.

Los niños tienen un montón de azúcar en el cuerpo ahora, piden que les pongamos una película. Michelle les recomienda Klaus y se las deja en la tele. Ellos se duermen a la media hora de película, pero todos los demás terminamos viéndola de reojo.

A las hermanas y a Ben les llega la hora de ponerse a beber. No tengo nada en contra de ello, pero no me gusta mucho estar con gente ebria, por lo que prefiero salir a ver el cielo navideño en los minutos que le quedan. Michelle decide salir conmigo, así que el cielo no podría importarme menos.

Nos sentamos en el porche, hay una silla mecedora para dos personas que mira al exterior. Ella se coloca a mi lado y recarga su cabeza en mi hombro.

—Lo admito, me gusta la Navidad —confiesa con un gruñido, aun haciéndose la dura—. Y no solo como admiradora de la organización de eventos, ¿vale?

Hasta que Santa Claus devuelva al gato ✔️Where stories live. Discover now