32. Raizel.

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32.

Caín me sonreía con tanta candidez como de la que sería capaz un demonio, sorbió una taza del té que seguramente él mismo se había preparado, indicó con un gesto de cabeza la otra taza que reposaba sobre la mesa ratonera a un lado de mi cama.

Dejé la puerta abierta.

──¿Qué haces aquí? ──No intenté disimular mi disgusto.

Quizás tampoco logré esconder el miedo.

──Jazmines, una esencia encantadora ──se mofó, como si lo comentará en un té con el rey──. Es una molestia, ¿lo sabes? Para nosotros los perfumes y colonias solo sirven para enmascarar una esencia que es mucho más… encantadora. Sirve para ocultar algo, eso sí.

──Caín ──amenacé.

──Cierra la puerta, preciosa, no es propicio para ninguno de los dos que se escuche nada de esta habitación.

Así lo hice, quizás por el tono de autoridad en sus palabras.

──¿Qué es lo que buscas?

──¿Qué es lo que viste aquella noche?

Cambié mi peso de un pie a otro.

──Nada.

Dejó la taza de té sobre la mesita.

──No me obligues a buscar las respuestas por mi cuenta, Raizel ──amenazó con cordialidad──. Dime qué fue lo que viste.

──Si tuviera intención de contarlo, ya lo hubiera hecho, ¿no crees?

──Creo, sí, tienes razón ──Sonrió de forma amplia, pronto terminó en una risa grave y estruendosa──. Sería estúpido ir por ahí regando información sobre algo de lo que no estás segura, solo te pondría en peligro.

Hubiera preferido que me amenazara, esperaba un tono más autoritario y tirano como el de Constantino, podía lidiar con eso, Caín hablaba como si ya estuviera desquiciado más allá de la razón.
El hecho de que pudiera infrigirte daño, sin siquiera ponerse a reparar en por qué, era aterrador.

──Sería estúpido y por eso no lo hice ──me las arreglé para decir──. No pondría en peligro a… tu familia.

──Mi familia no estaría en peligro, querida ──respondió con naturalidad──. Y la tuya tampoco, siempre que te mantengas callada y no dejes volar esa cabecita con ideas fantasiosas.

──Sí, claro.

Él se puso de pie y mi tocador se tambaleó cuando choqué contra él, un frasco de perfume cayó para hacerse añicos en el piso y el intenso aroma a jazmines inundó el espacio.

Caín arrugó la nariz como si hubiera percibido algo desagradable, observó los restos del frasco de igual forma.

──Si quieres atraer la atención de alguien, no uses ningún perfume, las esencias personales son mucho más… atractivas.

Asentí, pensando en cómo podría arreglarmelas para salir huyendo sin que él me atrapara antes.

Aun así, la pregunta pareció leerla en mi rostro.

──Oh, no todos poseen mi gran habilidad ──explicó──, Cas no podría reconocerte si cambiaras tu perfume por otro. Supongo te has dado cuenta.

Tragué con fuerza, Caín sonrió ante mi mutismo, como si encontrara un ciervo perdido que él estaba decidiendo si cazar o no.

Apostaba a que él veía a todos como potenciales presas, sabía que no se alimentaba solo de humanos o donantes.

──Limpia ese desastre, preciosa, y cambia las sábanas, entre tú y eso no sé qué huele más como ese bastardo.

Eso fue lo último que dijo antes de salir de la habitación, por un momento la realidad me golpeó con fuerza y me tuve que sostener a la mesa para no derrumbarme.

De todas las cosas que me habían salido mal las últimas semanas, ponerme en la mira de Caín Karravarath había sido de las peores.

᯽• ────── ೫ ────── •᯽

La mansión de Venicio Lessar ocupaba al menos una cuadra, una imponente estructura de techos en punta y enormes ventanales en formas de barras, con revestido de piedra, a la derecha podía notar una galería cubierta que conectaba dos alas, creí ver a alguien observando desde ahí, pero decidí que solo estaba siendo paranoica.

Un hombre trajeado me abrió las verjas que protegían la fortificación, y me guió el camino a través de los tres tramos de escalinatas hasta la puerta principal.

El estilo antiguo desentonaba con el resto de la calle y su aura de neón y blanco estéril.

Mientras aguardaba en el vestíbulo noté que tenía un mensaje de Esen, varios de hecho, avisando que iría por mí al campus.

Le envié uno diciendo que le hablaría después, porque no estaba ahí.

Esperé lo que le pareció una eternidad, los pisos monocromáticos de blanco y negro parecían más un laberinto para mi mente aturdida.

Donde sea que viera solo había columnas de mármol blancas y paredes del mismo color, en verdad todo en el lugar poseía ese color prístino que le otorgaba una apariencia fría al recinto.

No había calidez, ni rastro que se le pareciera.

Me imaginé a Cavale creciendo ahí, triste y solo, recluido en esa enorme edificación antigua, con la única compañía de sirvientes monocromáticos que se movían como fichas de ajedrez en un tablero que él no manejaba.

──El señor Lessar la está esperando en la sala común, si me sigue, por favor.

La voz del mayordomo, desde la parte superior de las escaleras, me sacó de mi ensoñación.

Asentí mientras lo seguía en el camino para hablar con Venicio Lessar, sabiendo que Cavale no me perdonaría por lo que estaba a punto de hacer.

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