20. Raizel.

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20.

Ese día tenía la cita con mi director de investigación, donde le presentaría el proyecto en el cual estaría trabajando en los próximos meses y con el que, de conseguir una tésis que calificara como aporte al campo del conocimiento,  ganaría la beca que me ayudaría no solo a conseguir la financiación de mi investigación, sino que me brindaría el pase que me convertiría, por fin, en miembro de la sociedad de Senylia.

Así que me alisté para la cita, escogí un traje de dos piezas, con una falda discreta y tiro alto, apenas por arriba de las rodillas, junto a una camisa con bolados y un saco de tres botones.

Caminé hasta el edificio académico, donde se realizaría la entrevista por el doctor Aden Romano, especializado en biología celular.

Al subir al cuarto piso, fui directo hasta el despacho del doctor Romano, no había nadie más que yo esperando para entrar.

Antes de pensar en siquiera tomar asiento para quizás acomodar mejor mis ideas y mi discurso, observé la puerta abrirse, la misma chica de cabello rosa que me ayudó en el estacionamiento, salió de la oficina con una palidez enfermiza, sosteniendo las carpetas en su pecho como si de un salvavidas se tratasen.

No fue el mejor incentivo antes de escuchar al director llamarme por mi apellido.

Acerté a dedicarle una mirada rápida, pero su trance no pareció percibirlo.

El doctor me dedicó los saludos cordiales mientras me conducía a su escritorio, todo en su espacio era un caos ordenado.

El olor a papel viejo, tinta y café empapaba el ambiente de forma agradable, dotando de una atmósfera entrañable al lugar, pese a lo esterilizado y moderno de todo el equipamiento universitario.

Como dos realidades chocando en una habitación.

──Tome asiento, Astarte.

El director de proyectos, el doctor Romano, no se caracterizaba por su carácter especialmente cálido o afable, pero siempre lo había preferido así, la rigidez directa con los consejos puntuales, y no una sarta de manerismos que solo me hacían sentir más nerviosa por seguir una conversación en la que no estaba cómoda.

Poseía una palidez olivacea, de ojos y cabello marrón, una naríz aguileña que se encargaba de llevar con galantería y le daba cierto aire antiguo, el cual no descartaba que poseyera, como muchos más vampiros.

──Buenas tardes, doctor.

Él apenas me respondió con algo como un asentamiento, más ocupado en revisar la lista sobre su escritorio, aceptó la carpeta que le tendí como si fuera un lenguaje en el que supiera comunicarse mejor.

──Lo tuyo es «Evaluación del rol de la vitamina D para prevenir los efectos adversos del virus dhampyria en humanos».

──Así es.

No sabía qué hacer con las manos, por lo que las dejé sobre mis faldas, tuve que secarlas un poco por el nerviosismo.

──Ya veo ──Pero repasó las hojas como si en ninguna encontrara algo lo suficientemente interesante.

──Puedes desarrollarme el tema de tu proyecto, todavía no entiendo por qué piensas relacionarlos, pero adelante.

Trono de Cuervos Where stories live. Discover now