03. Raizel.

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03.

El campus de la universidad quedaba sobre la gran avenida Sagrado Protector, pero los autos apenas rompían la tranquilidad de la noche.

Me acerqué a la posta de seguridad, no reconocí al nuevo chico y me pregunté si sería algún miembro de los centinelas que estuviera pagando algún castigo.

Pasó el escáner por mi muñeca tres veces antes de que la luz verde encendiera. Murmuró algo como un «buenas noches», asintiendo y escondiéndose debajo de su gorra.

Como lo supuse, tenía la marca de la policía en la muñeca.

Un túnel me deslizó debajo del enorme edificio de habitaciones, hasta el estacionamiento en el subsuelo, aparqué el auto en mi lugar de siempre.

«Día 18, del año 323 de Instauración».

Rodé los ojos, cerrando el auto de un portazo y las puertas se bloquearon de forma automática cuando me alejé.

No tardé en maldecir por no haber traído la chaqueta más gruesa, el frío levantó estremecimientos en mi piel y me abracé a mí misma.

La ausencia del sol convertía a Senylia en una ciudad helada, lo que poco les importaba ya que sus sistemas eran inmunes a los cambios graves de temperatura.

Seguí con pasos lentos hasta el ascensor, mis pies dolían por los estúpidos tacones de diez centímetros que había usado esa noche.

Un murmullo llegó desde algún lugar del estacionamiento.
Giré para encontrarme con la vista del túnel, la fila de luces que lo iluminaban en tonos amarillentos hasta perderse en una curva, muy lejos, y vacío.

Continué caminando, echando rápidos vistazos en todas direcciones.

Debía recordar que ya no estaba en la Gex, donde llegar un momento después del amanecer podría ser fatal.

Apresuré el paso.

Un estruendo rompió la asfixiante calma del lugar, lo siguió una risa grave, cínica.
Una que conocía muy bien.

Me detuve al reconocer a Caín, parpadeé varias veces más de las necesarias.

──Dime quién te dió las armas y te dejaremos ir.

Esta vez la risa fue de otra persona, un tipo que no conocía, hasta entonces noté lo expuesta que me dejaba mi posición. Con sigilo, deslicé mis pies fuera de los tacones, sabía que un movimiento en falso podía condenarme.
Fui con tanta precaución como me permitía el estado de pánico, siguiendo mi camino, a través de la línea de autos contraria.

Me las apañé para meterme en medio de dos autos, llegando al final de uno compacto, desde ahí pude ver a Caín sosteniendo un pie en el hombro del tipo para retenerlo en el suelo.

Si fuera un vampiro, todavía podría escuchar su conversación, con mis limitaciones solo podía verlos como un espectáculo mudo.

Exhalé muy despacio, midiendo la distancia hasta el ascensor más cercano. Debía esperar que se fueran.

Un grito me heló cada sentido.

Caín le había doblado el brazo al hombre en una posición antinatural, podía distinguir que su víctima tenía el cabello de un rojo artificial, una chaqueta de cuero negra y varias perforaciones, pero su rostro no me pareció conocido.

«Por favor, no me permitas reconocerlo», le recé a cualquiera dispuesto a atender mi plegaria.

Evité volver a mirarlo, ya no escuché sus gritos, pero sí los golpes y patadas que le propinaba Caín con el sadismo que alguna vez pensé que actuaba.

Trono de Cuervos Where stories live. Discover now