21. Esen.

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21.

──No tienes idea de en dónde te metiste ──me dijo Freya mientras caminaba conmigo hasta la estación del tren──. Ni siquiera pensaste qué harás cuando los del Cenagal vean que eres una desertora.

──Ya lo pensé ──me defendí porque era verdad.

Freya negó, su cabello largo cayendo de un lado a otro, ella tenía ese tipo de expresión intrínsecamente severa, la vena dramática de todos los artistas.

──No, los Karravarath viven en el ojo público, la gente se interesa más por ellos que por la familia real ──insistió en el tema──. No pasará tiempo hasta que vean tu cara en algún medio, ¿y qué harás?

──Déjame esto, sé manejarlo, Frey, cuando te conocimos no quisiste decirnos quién eras, de dónde venías, Seth y yo te dimos tiempo hasta que tú sola decidiste abrirte ──puntué mientras dábamos paso al obispo en su carreta, levantó salpicones de agua estancada sin mucha culpa──. Ahora haz lo mismo por mí.

Freya se cruzó de brazos, cerró su abrigo con ahínco. Nos detuvimos frente a una tienda de telas y especias, ambos importados desde Senylia ─según el cartel.

──Eso no tiene nada que ver ──Ella se mantuvo terca.

──Bueno, no, pero hazme caso, si no me equivoqué en vivir con una tipa que encontré cubierta de sangre en un callejón, no puedo equivocarme con esto.

Quizás alguien con más tacto no hubiera traído ese recuerdo a colación, y otra persona también en sintonía con sus emociones, se hubiera visto conmocionada por la oleada de dolor, pero Freya se mantuvo inmutable, ocultando todo detrás de una apariencia implacable.

──Ten cuidado con ese tipo ──insistió en advertir──, recuerda que no importa cómo luzca, tiene más de quinientos años.

──Él dijo que no llega a los doscientos.

Una mirada suya fue suficiente para mostrar lo ingenuo de haberle creído en eso.

Pensé en hacer otro comentario, pero su rostro me dijo que era mejor tomar la advertencia en silencio.

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No esperé a que Constantino fuera por mí, sino que elegí subir antes de que Legrás terminara su turno y yo tuviera que esperar hasta el siguiente día para que me cubriera.

Freya se había pasado ensimismada el resto del almuerzo, pero le prometí que la próxima vez volvería con noticias de Seth.

Creí que eso bastaría para tranquilizarla, pero volvió a advertir que no debía confiar en los Karravarath, una vez más cuando me dejó en la estación.

Todavía seguía dándole vueltas a su extraña obstinación, cuando tomé el tren que me llevaría nuevamente al Círculo de Asavia.

En los parlantes una voz femenina avisaba que faltaban seis estaciones antes de atravesar el primer muro, la ciudad brillando con el rocío nocturno que encendía la luz amarillenta que rodeaba los edificios en el Círculo de Arsena.

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