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Aegon, ¿qué haces aquí? Alicent preguntó sorprendida cuando la puerta de tus aposentos se abrió y entró su primogénito.
Tan pronto como el rey escuchó la noticia de que tus aguas ya se habían roto, corrió a tus aposentos. No sabía por qué exactamente pero algo dentro de él le decía que tenía que estar a tu lado. Y se alegró de escuchar esa pequeña voz cuando vio cómo la tensión en su rostro se suavizó al verlo.
"¿Cómo te sientes?" preguntó caminando hacia ti.
"Tuve mejores días, su excelencia" respondió con una pequeña sonrisa. No importará que estuvieras sudado y tu panza fuera gigante. para Aegon, todavía te veías hermosa.
Detuviste tu marcha y te apoyaste contra la pared. El maestre te había dicho que caminaras por la habitación hasta que fuera hora de que saliera tu bebé.
"Mi rey, la cama de parto no es lugar para hombres", dijo el maestre, ganándose una mirada de Aegon.
"Soy el rey y puedo estar donde me plazca" respondió mordazmente "Además, vine a apoyar a mi sobrina en nombre de mi hermano
Tus ojos parpadearon para evitar las lágrimas que se formaban ante la mención de Aemond. Tenías la estúpida esperanza de que tu esposo regresaría para el nacimiento de su hijo.
"Aegon, esto podría durar horas", dijo Alicent tratando de convencerlo de que se fuera. "Estoy segura de que tienes cosas más importantes que hacer".
"Estoy seguro de que el consejo puede manejarlo por un par de horas" afirmó el rey "No importa, me quedaré a tu lado hasta que termines" prometió mirándote a los ojos.
"Gracias" susurraste pensando por un breve momento en abrazarlo pero no lo hiciste.
Y ni Alicent ni el maestre dijeron que se molestaron en volver a intentar que el rey se fuera, no queriendo enfrentarse a su ira. También estaban seguros de que tarde o temprano Aegon se iría. Ambos se sorprendieron cuando tomó tu mano y comenzó a caminar contigo por la habitación durante más de una hora.
Alicent te estaba contando historias de cuando tus tíos eran bebés en un intento de distraerte del dolor cuando en un momento tienes una contracción tan fuerte que casi te hace caer al suelo, si no fuera porque Aegon te atrapa. Ambos te ayudaron a meterte en la cama lo más cómodamente posible. Aegon no apartó los ojos de tu rostro mientras el maestre te levantaba el camisón para ver si ya podías empezar a empujar.
"Puedes empujar ahora, princesa" anunció el anciano.
Comenzaste a pujar, gritando de dolor mientras te aferrabas tanto a la mano de Aegon como a la de Alicent. Miró a su hijo esperando que en cualquier momento se levantara y saliera de la habitación. Pero nunca lo hizo, se quedó a tu lado sin soltarte la mano, de vez en cuando hacía una pequeña mueca por la fuerza con la que lo sujetabas pero nunca se quejó. Notó cómo los ojos lavanda de Aegon transmitían pura preocupación y dolor. Parecía que estaba sufriendo al verte sufrir.
