Capítulo XXXII

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-¿Quieres que te ayude?

Cuestiono con referencia a llevarla a la cabaña en brazos. Ella niega mirándome. Con solo sus ojos podía distinguir una sonrisa.

-¿Segura?

Volví a cuestionar.

-Sí, tengo pies, ¿no ves?

Señala sus pies cubiertos por su gran vestido. Sonrío burlesca.

-Bueno,... de verlos que se diga verlos... No...

Negué, pero ella me calló golpeando, ligeramente, mi pecho. Reí y sujete su mano entre mis manos.

-Sí tengo, solo están ocultos por mi vestido.

Habla, avergonzada y adelantándose.

Reí y me apresure a su paso. Sin imaginárselo, la tomo en brazo ganándome un pequeño grito de su parte. Sonreí y camine con ella en brazos. No pesaba mucho y me gustaba poder cargar con ella. Sabía que en cualquier emergencia estaría dispuesta a llevarla sobre mí hacia donde sea que fuera.

Vi la cabaña, al lado del lago, y cuando estuvimos en la entrada la dejé en el piso. Limpiamos nuestros zapatos de la nieve y entremos al calor y comodidad que proporcionaba el fuego en la sala.

-Me gusta el frío, pero nada como estar caliente.

Dice, tiernamente, Luna sonriendo. Finalmente podía ver su rostro gracias a que la bufanda había sido la primera prenda que desapareció. Luego, quita el pesado abrigo de su cuerpo, los guantes y por último el gorro. Hago lo mismo.

Luego, ambas los dirigimos al comedor donde estaba la cena lista para servir. Sirvo para ambas. Ella agradece y pronto estamos cenando en silencio centrándonos en nuestros platos y en terminar pronto.

-¿Qué piensas hacer para pasar el resto de la noche?

Pregunta, después de un tiempo en silencio. La mire y me encogí de hombros. Realmente no tenía nada en mente, pero seguramente algo se nos ocurriría algo mediante el tiempo pasará.

-Conseguí... Bueno, mi padre me regalo un libro y me gusta mucho. Quisiera poder leértelo.

Sus palabras salen con algo de nervios y pena. Aún después de tanto tiempo sus costumbres no habían cambiado y ante mis ojos se veía más que adorable.

-Por supuesto. Me encantaría escucharte leer.

Acepto a su propuesta sin pensarlo dos veces. Un sonrojo aparece en su rostro. Normalmente le pasaba y ahora le ocurría más seguido. Es como si su mente volará a otros lugares con cada una de mis palabras.

-¿En qué haz pensado cómo para ponerte roja?

Cuestiono, terminando de comer. Ella niega rápidamente y planta su mirada en el poco de comida que mantenía aún en su plato. Reí y estiré mi mano sobre la mesa para tomar la bebida del medio y verter más en mi vaso.

-No te dejaré en paz hasta que lo digas.

Aseguro volviendo a su lugar la jarra. Ella mira hacia otro costado, mientras sonríe negando. Era demasiado tierna aún para estar cerca de los veinte años. Era como si la hubieran tenido en una esfera de cristal donde no la dejaban salir para nada. Solo lo hacían cuando era de suma importancia o su presencia era requerida de manera obligatoria. Parecía que nunca había sido acortejada por otra persona, ni muchos menos sabía de los tema de una relación. No podía decirme que era experta, pero sabía algunas cosas respecto a todo y no podía quedarme atrás en cuanto tener que enamorar a mi esposa y poder tener un matrimonio estable y duradero. Sin embargo, ella parece que era destinada a la total soledad en aquella esfera donde la tendrían cautiva. Odiaba saber quien la tendría así sería su propia familia.

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