La Sonrisa más Dolorosa (Capítulo 23)

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Luego de maldecirlo varias veces, Rubén cayó en la cuenta de que no estaba en la casa de Ángela.

Estaba tumbado en un sofá marrón, mirando hacia unas lámparas que colgaban del techo en forma de flores. Las paredes eran de color crema y tenían una buena cantidad de ventanas; entraba mucha luz. Debían de ser más de las ocho. Y era martes. Mierda.

Una puerta se abrió a su derecha, a unos metros, y apareció una figura. Primero pensó que era una señora, quizá la madre de Red. Llevaba un delantal blanco salpicado de flores rosas y amarillas. Estaba polvoriento de harina, igual que sus brazos; en la mano derecha sostenía un batidor de crema. Pero entonces vio que la señora tenía bello en el rostro, y un cabello muy corto.

-          ¿Está despierto? – preguntó Fernando desde el umbral de la puerta. Sus ojos se desviaron hacia Rubén. - ¡Oh, dios! – corrió hacia él, limpiándose la mano que tenía libre en el delantal, dejando más rastros de harina. - ¡Rubén! ¡Lo siento! – se inclinó y lo abrazó con delicadeza, intentando no apretarle las heridas. Aún así, dolió, pero Rubén no dijo nada. – Lo siento, lo siento, lo siento. – se arrodilló al lado del sofá. Lo miró con los ojos llenos de lágrimas. – Yo... no sabía qué hacer. Me tenían acorralado. Ellos me obligaron a... llamarte, y... - se restregó la cara con las manos, llenándosela de harina. No pareció darse cuenta. – Lo siento tanto.

-          Está bien. – dijo Rubén. Ignoró el hecho de que se le había ensuciado la remera gracias al abrazo de Fernando. – Si te sirve de algo, yo hubiera hecho lo mismo. – le sonrió. Dolió.

Fernando rió.

-          Sí, supongo que sí. – se quedó pensando unos momentos. – Esos sujetos te conocían, ¿verdad?

-          Ya lo creo. – comentó Red. Ambos se giraron hacia él. – También conocían a Mangel.

-          ¿Mangel? – Fernando frunció el ceño. - ¿Quién es Mangel?

Red abrió la boca para hablar, pero Rubén se le adelantó.

-          Un amigo mío. – explicó. Bueno, pensó, no es mentira del todo. Solo en parte. En gran parte. Vale, sí, es mentira.

-          ¿En serio? – dijo Fernando. - ¿Y qué podrían querer de ustedes dos? Quiero decir, ¿para qué me hicieron llevarte allí?

-          No lo sé... - murmuró Rubén. Aunque en verdad creía tener una leve sospecha.

-          Quizá querían vengarse. – pensó Red en voz alta.

Rubén quería estrangularlo con el delantal de flores rosas de Fernando.

-          ¿Vengarse? – Fernando volvió a fruncir el ceño. - ¿De qué?

-          Eric y yo... tenemos un largo historial de... peleas. – fue todo lo que decidió decir Rubén.

-          Oh. – soltó el hombre. – Así que es eso... - se quedó pensando un poco más. Sus ojos se movían nerviosamente de un lado al otro, como si intentaran recordar los detalles. – Ahora que me acuerdo, el líder este, Eric, dijo algo sobre un hombr-

-          ¡Fer! – gritó una voz de mujer. - ¡Te dije diez minutos! ¡Se va a quemar!

-          ¡Mierda! – Fernando se levantó rápidamente y corrió hacia la cocina, colocándose unos guantes de hornear que sacó del bolsillo del delantal.

En el umbral de la puerta apareció una mujer muy bonita, de ojos pequeños y rasgos asiáticos, el cabello negro recogido en un rodete desprolijo. Debía de tener la edad de Fernando, quizá un poco más.

Son solo tres Palabras (Rubelangel)Where stories live. Discover now