Dejé mis pensamientos de lado cuando llegué al edificio donde estaba la oficina que necesitaba visitar. Al estar ahí encontré a la asistente de la persona que debía ver. Contestaba algunas llamadas mientras que yo me impacientaba por esperar. Cuando colgó el teléfono supe que quera mi momento de acercarme.

—Hola, señora Ruth.

Me dio una sonrisa de reconocimiento. —Hola, hace mucho no te veía por aquí. ¿Qué tal todo? ¿Cómo te va en la residencia?

No sabía cómo unas simples palabras podían hacer que quisiera llorar a moco tendido como este bebé insoportable que no quería ser, pero me sentía sensible desde esa noche y solo quería llorar. Tenía una ansiedad asquerosa que me gobernaba.

—Está todo bien, pero de eso quería hablar con el doctor Hill.

—Bueno, puedes pasar, tiene diez minutos antes de su próxima reunión con el consejo de universidad.

Asentí y le di las gracias. Me preparé mentalmente para lo que venía. A mí que daba ansiedad hablar con los doctores, por las historias que me han pasado durante la carrera, y hoy debía hacer la tarea más difícil. Porque querría saber los motivos de pedir traslado y no tenía como una explicación lógica para ello. Y por más desesperada que estuviera, no iba a contarle los detalles.

Toqué la puerta y luego de un pase vi al jefe sonreír. —Doctora, qué bueno verla.

—Doctor Hill, el gusto es mío.

Era un señor de al menos en los últimos años de los cincuenta, pero que tenía una sonrisa y un amor por enseñar cómo nadie. Era una persona exigente, sin embargo, nos hacía reír en cada clase, como él muy pocos.

—¿Qué te trae hoy por acá?

¿Cómo empiezo esto?

Extendí mi folder. —Quiero pedir cambio de hospital.

Me miró sorprendido. —Tienes casi medio año allí, ¿Cómo es que ahora quieres cambio de hospital?

Me quería ir hace unos buenos meses atrás, pero yo según y que era más fuerte. Bueno, ya vimos cómo salió eso.

—Solo necesito nuevos aires.

—¿Pasó algo?

¿Qué no pasó?

Nada más me peleé con medio hospital, me llevé de enemigos a los residentes, me agarraron de rehén por un pandillero y por último, pero no menos importante, me acosté con mi tutor. El hombre que calificaría mi desempeño.

Nadita.

Dios, esto no me gustaba en lo absoluto. Comer vidrio parecía más fácil.

—Nada, solo que creo que quiero pedir cambio. Siento que ahí no puedo explotar todo el empeño que hay en mí.

Eso, sonaste casi convincente, estúpida.

—Doctora, se me hace imposible darle un cambio ahora.

¿Qué?

Hice todo lo posible para que mi malestar no se transmitiera. Él no podía estar diciéndome eso. Yo solo quería que aceptara y ya. ¿Era mucho soñar con un poco de buena suerte?

—¿Por qué?

—Tendría que presentar la prueba para optar un cupo otra vez.

¿Qué mierdas?

—Ya he presentado varias evaluaciones y ahí están mis notas. ¿Cómo que voy a tener que optar a concursar otra vez?

—Reglamento. Tiene que iniciar de cero.

Malas EnseñanzasWhere stories live. Discover now