Capítulo 8

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Las partículas de polvo danzaban usando como escenario el sol que entraba por el gran ventanal. Era algo hermoso y apaciguante de ver. Por supuesto, normalmente Dominic no les pondría atención, pero hoy era distinto, pues su mente divagaba y le hacía perder la concentración.

—Por eso te gusta tanto estar aquí—dijo, no había nadie más en la habitación, pero le gustaba pensar que su hermana podía escucharlo.

Observó el lugar, los estantes caídos y los libros regados por el suelo, algunos de ellos se habían aferrado de algún modo al mueble, resistiéndose a caer del todo. Dominic había estado limpiando la estancia, acompañado solamente del silencio. La biblioteca se sentía vacía, Dom imaginaba que cada objeto extrañaba a Clara, pues sin ella, no tenía caso la existencia de nada allí.

—¿Necesitas ayuda? —dijo su padre, asomándose desde la puerta. Dom asintió.

—Este lugar es un desastre —se quejó.

—Podemos pagarle a alguien para que limpie —sugirió el hombre, ingresó a la habitación y comenzó a levantar algunos libros.

—No, Clara odiaría que algún desconocido entre aquí —respondió, soltó un suspiro y volvió a ponerse manos a la obra. Su padre sonrió, eso era cierto, Clara atesoraba este espacio.

Dos semanas habían pasado desde que ocurrió el accidente, y apenas ahora tuvieron el tiempo y la energía para arreglar el desastre que quedó en la biblioteca. Ni siquiera tenían la fuerza para entrar ahí los primeros días, era demasiado, les recordaba la tragedia que estaba sucediendo en sus vidas.

—Tu hermano... —comenzó a decir su padre— ¿Está bien?

—Podría estar peor —respondió. Kian, al igual que el resto, sufría por lo ocurrido. Sin embargo, parecía estar mucho más molesto de lo que estaba dispuesto a admitir.

—Es demasiado difícil para él —dijo el hombre, se recargó en un mueble y miró a su hijo.

—Lo es para todos.

—Sí, por supuesto —dijo, se cruzó de brazos, pensativo—. Lo es.

No dijeron mucho más, su comunicación tampoco era la mejor desde que ocurrió el accidente. Cada quien se había enfocado en sí mismo -a pesar de que trabajaban en conjunto para cuidar de Clara, y para hacerse cargo de ciertas labores-, y poco hacían por entender las emociones de los otros.

Pasaron algunos minutos más, hasta que llegó el momento en que su padre tuvo que marcharse, era su turno de ir al hospital. Se despidió de Dom y le dijo que si se cansaba dejara la tarea de limpiar el lugar para más tarde. Pero Dom no podía detenerse, por más agotado que estuviera. Para él, se sentía como si su hermana no fuese a volver sin que ese lugar estuviese ordenado. Algo ridículo, por supuesto, pero no por eso menos relevante. Había estado haciendo cosas como esa desde que su hermana cayó en coma.

Eran acciones pequeñas, que llegaban a él de forma repentina, invadiendo y modificando su día. Algo como cuando de niños, él corría por la vereda, y en su mente pensaba "si consigo correr sin pisar las líneas de la banqueta, entonces sacaré diez en mis exámenes". Primero había limpiado la habitación de Clara, otro día cocinó su platillo favorito, otro día salió a mitad de clase y decidió pedir en la radio del colegio que pusieran la canción favorita de su hermana, y ya también había plantado en el jardín unas flores que Clara odiaba (tal vez molestarla resultaba ser más efectivo). Esas eran solo unas pocas de las tantas cosas que había hecho.

Tras unas cuantas horas, Dom por fin sentía el peso del trabajo que estaba llevando a cabo, aunado al estrés y cansancio emocional que cargaba en su pecho desde hacía ya tantos días. Soltó un suspiro y se recostó en el suelo, el contacto frío le resultó agradable. Miró el techo, sin pensar en nada, solo existiendo, necesitando un poco de paz. Y entonces la primera lágrima cayó.

¡Estoy dentro! | Jasper HaleWhere stories live. Discover now