Capítulo 4

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Dominic bostezó, y se acomodó en el sofá. Intentaba volverse a quedar dormido, pero tal como en los últimos días, no pudo. Se sentó, tallándose los ojos y suspirando estresado. Bajó las manos bruscamente, dejándolas reposar a cada lado, y una de ellas chocó con una caja de madera chica, era cuadrada, un cubo cuyos lados medían veinte centímetros. En la parte superior había un moño verde, y una nota en la que se leía "Feliz cumpleaños, Kian". El remitente era Clara.

Las lágrimas se agruparon de inmediato, y sintió en su garganta un ardor molesto que para este punto ya se había vuelto su más fiel compañero. Había llevado ese regalo consigo para poder entregárselo a Kian, pues hoy era su cumpleaños. Dom se había levantado de la cama temprano esa madrugada, cerca de las cuatro, y había llegado al hospital a las cinco, a tiempo para suplir a Kian, quien había pasado la noche en la sala de espera. No lo encontró. Kian había entrado al cuarto de Clara cerca de las cuatro treinta -o al menos eso le dijeron a Dom las enfermeras-, y hasta el momento seguía ahí. En un día importante como este, estar con su hermanita era su único deseo.

Dom encontró ese regalo el viernes pasado, cuando ante su dificultad para dormir decidió ir a la habitación de su hermana. Pasar la noche en su cuarto le dio paz, pero al mismo tiempo le taladraba el alma. La sentía un poco más cerca, y al recordar que esa era una simple percepción suya el llanto le atacaba. Al ver el regalo que Clara tenía preparado para Kian, decidió tomarlo y guardarlo hasta el martes. Se suponía que el viernes, tendrían que haber celebrado el cumpleaños de Kian, aprovechando el inicio del fin de semana, pero ese plan se había cancelado, por supuesto. ¿Cómo era que sus vidas habían cambiado tanto en un abrir y cerrar de ojos?

Sus padres no estaban en la ciudad, habían salido de viaje el sábado, en busca de otras opiniones médicas, desesperados por encontrar a alguien que les diera más esperanzas. Así que hoy, la compañía de Kian sería Dom. Pasaron dos horas más, y por fin Kian salió del cuarto, llegando a la sala de espera. Cuando vio a su hermano, el dolor que cargaba en su corazón se vio comprendido, por lo que su primera reacción fue acercarse para abrazarlo. Agradeció que Dom le diera el regalo que Clara había preparado para él, pero no tuvo el valor de abrirlo, quería esperar, lo haría cuando ella despertara.

Lucía llegó cerca de las diez de la mañana, eran tres personas las que conformaban la familia de Jason, por lo que turnarse para cuidarle era un poco más difícil. Ella recordaba que hoy era el cumpleaños de Kian, pero el regalo que había comprado era más un presente que se dan las parejas, pues lo compró cuando aún estaban juntos, por esa razón no llevó nada. Aunque sí lo felicitó; Lucía le había puesto pausa a la pelea que tuvieron, porque aunque ya no eran novios, Kian estuvo apoyándola tanto a ella como a sus padres cuidando a Jason cuando ninguno de los tres podía hacerlo. Esta tragedia había alcanzado a ambas familias, y dado que Kian ya no había insistido con el tema de la infidelidad ni con ser perdonado, podían comportarse con la suficiente madurez para afrontar el infierno que compartían.

Lucía lo abrazó. Él sintió seguridad y un atisbo de felicidad por primera vez en el día.

Pasaron la mañana los tres juntos. Kian no quería celebrar, y lo había dejado muy en claro. Por lo que con acompañarse y charlar un poco, bastó. Sin embargo, la poca tranquilidad que habían construido con el paso de las horas, se destruyó cuando una chica entró al lugar.

—Kian —dijo, sonriente, llevaba en sus manos un pastel de fresa, y portaba un atuendo que contrastaba con el aura sombrío del hospital, pues era un vestido corto, floreado y en tonos vibrantes. Todo en conjunto, fue como si le diesen una bofetada en la cara a Kian. Lucía, quien estaba sentada junto a él y le tomaba la mano, lo soltó y se alejó lo más que pudo dado el poco espacio del sofá.

—¿Qué haces aquí? —dijo él, poniéndose de pie. La chica, que era muy mala leyendo el ambiente, no se percató del enojo que corría por las venas del joven, y se acercó a él extendiendo uno de sus brazos -en el que no llevaba el pastel- para poderlo abrazar. Él la tomó de los hombros y la giró en dirección a la salida, guiándola de forma brusca, por lo que se ganó una leve señal de advertencia por parte de Dominic, quien no pensaba tolerar tal comportamiento por parte de su hermano. Kian alzó una mano pidiéndole a Dom que se mantuviera al margen, pero este le dejó en claro con la mirada que si no se calmaba iba a intervenir. Kian suspiró, cediendo, relajó su postura y le dijo a la chica:— Lárgate.

¡Estoy dentro! | Jasper HaleOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz