Capítulo 2

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—Podrían ser meses, e incluso años —las palabras se quedaron flotando, como si nadie las hubiese recibido. El doctor Martínez pasó saliva, detestaba dar este tipo de noticias, mejor sería terminar de una vez—. No tengo forma de darles un tiempo más certero, cada caso es distinto.

Llevaba ya más de diez minutos con ambas familias, y cada segundo que transcurría volvía más difícil la situación. Además, para su propio horror, podía sentir como se le formaba un nudo en la garganta, y temió que se le saltasen las lágrimas en frente de las familias de sus pacientes.

—Debe haber algo que se pueda hacer... —insistieron.

Él apretó los labios. Ya les había explicado lo mejor posible todo el panorama, no había más que decir. Sus hijos estaban en coma, ambos jóvenes tenían heridas distintas, provocadas de formas distintas, y sin embargo, la consecuencia era idéntica: la pérdida prolongada de la conciencia. Peor aún era que su poca estabilidad hacía que las probabilidades de que fallecieran fueran mayores que las de su supervivencia. No importaba qué tanto se esforzara como médico por entender la situación, sus años de estudio y experiencia no lo habían preparado para casos como estos, en los que los aspectos más comunes parecen estar cubiertos por un manto de irrealidad. Si sus colegas lo escucharan pensar así, se reirían en su cara.

—Hay límites incluso para lo que la medicina puede hacer, ahora depende de ellos —observó cada uno de los rostros. Jamás se acostumbrará a esto, cada vez que daba este tipo de noticias la gente reaccionaba de maneras tan similares y al mismo tiempo tan diversas.

—Prometa que van a despertar, por favor —suplicó la madre de una de las familias, quien necesitaba un pequeño hilo de esperanza al que aferrarse; ella había comenzado a llorar, y su fuerza menguaba, por lo que su único soporte era el abrazo en el que su esposo la envolvía. La mirada de esa mujer le provocó al doctor una sensación de vacío que ya le resultaba conocida, tuvo que esforzarse por controlar su expresión facial y mantenerse lo más sereno posible.

—La única promesa que puedo hacer es que no voy a perder la fe en sus hijos, y lucharé por sus vidas tanto como esté en mis manos —se inclinó levemente a modo de despedida y abandonó la sala fingiendo una tranquilidad que no sentía.

Evitó echar a correr, pero eso no le impidió moverse más deprisa de lo usual, aún así, no fue lo suficientemente rápido, porque al mismo tiempo en que cruzaba la puerta se escucharon los llantos desesperados de ambas familias. No se detuvo, sino que siguió avanzando, ignoró a dos enfermeras que le habían intentado hacer alguna pregunta, y continuó su camino hasta que se alejó lo necesario -y más- de la sala de espera. Estaba ahora en un pasillo vacío, poco iluminado, que encajaba de forma perfecta con el estado sombrío en el que se encontraba él. Tomó el nudo de su corbata y lo jaló para que no le apretase tanto. Se maldijo por ser tan sentimental, su profesión no se llevaba bien con las emociones.

Se recargó en la pared, empezó a respirar de forma pausada para controlar su estado de ansiedad. Y después se echó a reír.

—Grant me mataría —dijo entre risas; Grant había sido su residente cuando él ingresó como interno al hospital, y si existía algo que su superior odiaba de él era que no separara sus sentimientos del trabajo. Pero si había algo aún más importante que recordar acerca de ese hombre, era su insistencia por hacerle entender que toda emoción tiene una causa, en este caso, toda su ansiedad era el resultado de la pérdida de varios pacientes en los últimos meses. No era un mal doctor, solo tenía mala suerte.

Entonces su risa se transformó en llanto, esto era demasiado, no podría soportar perder un paciente más, al menos no en estas semanas. Quería un descanso de tanta muerte. Observó los papeles que tenía en mano. Jason Alexiou y Clara Muller, sin importar lo que hiciera, no los perdería también.

¡Estoy dentro! | Jasper HaleWhere stories live. Discover now