35. DARÍO

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🎵 Te entiendo- Pignoise🎵

He llegado al parque de Viveros, el sitio en el que hemos quedado Salva yo con media hora de antelación. Anoche Salva me mandó la ubicación exacta: el Museo de Ciencias Naturales de Viveros y yo pasé las horas siguientes buscando fotos en google del sitio (porque hacía muchísimo que no venía por aquí) e información sobre el tiempo para poder hacerme una idea exacta de cómo sería todo.

Este es el nivel de locura al que he llegado, ya lo siento.

También me imaginé cómo iría vestido Salva. Cómo se habría peinado, cómo olería.

He escrito un discurso que está en mi móvil, en el grupo de chat de WhatsApp que comparto solo conmigo mismo. En realidad no es un discurso sino más bien un listado de respuestas a todos los reproches que él podría hacerme. En el archivo también hay otras cosas anotadas que me han pasado últimamente, desde las más triviales como las notas de los exámenes hasta las más enormes como que Cayetano me ha expulsado de todos los grupos de WhatsApp en los que estaba, me he convertido en un paria en mi instituto y prácticamente Pelayo es el único que me dirige la palabra... ahora hasta él es más popular que yo.

El caso es que Salva es puntual. No puntual de llegar media hora antes de lo acordado, como yo, pero sí puntual de llegar a la hora exacta. Son las once del mediodía, tengo a Salva delante de mí y se me olvida todo lo que había preparado esta noche.

No huele como había imaginado. Sus ojos parecen un poco más cansados y, claro, están las muletas. No había pensado en las muletas. Pues ya podría haberme dicho que quedáramos en su calle, que Viveros está más cerca de su casa que de la mía, pero aún así está lejos. Según me ha dicho, se le ha ocurrido este sitio porque Raisa va a pintar un mural ahí la próxima semana.

Salva abre la boca para hablar y yo me acerco un poco más a él. Me concentro en sus ojos marrones, las cejas mal peinadas, el lunar, las pestañas largas, el nacimiento de su cabello y después de vuelta a sus ojos... Esos ojos...

Él también me mira a los ojos con fijeza y después sigue por la nariz hasta mi boca.

¿Qué estará viendo?

Pues mis labios, porque solo mira eso y yo me fijo también en su boca que ahora se ha curvado en una sonrisa.

Salva rompe el espacio.

Sus labios estallan contra los míos, su nariz contra mi nariz, mi frente contra la suya, con fuerza, con el ansia de forzar dos piezas de un puzzle que no encajan... hasta que lo hacen. Salva agarra mi espalda con las manos, se recuesta en mi torso y las muletas que llevaba consigo caen al suelo en un estruendo.

Le miro, interrogante, mientras el chico recupera el equilibrio sosteniéndose sobre una pierna dando saltos.

—Sigue... —susurra con la voz queda.

Así que sigo.

La piel de Salva sabe a sal, a calor, a tinta y a un millón de cosas buenas. Mis besos buscan conquistar cada espacio con desespero: la cara, las mejillas, los labios, la nariz, el cuello... él hace lo mismo.

Seguimos besándonos cuando Salva trastabilla de nuevo, se agarra a mis brazos con fuerza y yo pierdo el equilibrio también. Estamos a punto de caernos los dos como un par de imbéciles que ya han acaparado la atención de algunos de los deportistas y viandantes que llenan el parque a estas horas.

No nos caemos pero tengo que ayudar a un Salva que no deja de reírse a sentarse en el suelo con la espalda contra la pared. Yo me siento a su lado y pego la espalda a la pared también.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora