17. DARÍO

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🎵 Todo- Pereza 🎵

No puedo dejar de reírme. ¿Qué tiene Salva en la cara que cada vez que tuerce el gesto, me saca la lengua o arruga la nariz hace que mi mundo entero estalle en carcajadas? Sus ojos marrones como el caramelo a punto de ebullición, su cabello oscuro despeinado que invita a acariciar cada parte rapada, su piel tostada, su nariz respingona, su rostro siempre relajado como si no le importase fluir... ahora no sabría decir nada que no me gustase de él.

Le he dicho que podemos ir a mi casa y él me ha agarrado del brazo en medio del parque para apretar a correr de la ilusión. Tira de mí con ganas, casi haciéndome trastabillar un par de veces. Entonces es él quien se tropieza y aterriza en el césped llenándose el cabello de flores.

—Si es que eres un liante, Salva —exclamo—. Venga, que te ayudo a levantarte.

Le agarro del brazo y tiro de él un poco más, pero él me devuelve el tirón y hace que me tropiece y caiga encima de él, apoyándome con las manos para no aterrizar en su cara. Tiene el rostro relajado y feliz, pues él siempre parece llevarlo todo bajo control. Me fijo de pronto en que tiene una peca justo en la comisura superior del labio, bastante difuminada, y que es la cosa más irresistible del mundo. ¿Cómo no me había fijado antes? Y, cielos, sus pestañas. Tiene las pestañas negras como el carbón y rizadas como con un kilo de rímel.

No me reprimo a la hora de enredar mi mano en su pelo, romper el espacio y besarle justo en la peca de la comisura de sus labios. Salva se queda aturdido como si en su cabeza ya se hubiesen barajado las opciones de lo que podía hacer a continuación y esto se escapara por completo de sus predicciones.

Le beso de nuevo, con más fuerza y sonrío solo para que le quede claro que en estos momentos no me importa que estemos en un parque rodeados de gente, que quiero besarle y que quiero que me bese.

Y, joder si le queda claro, pues enseguida tengo sus manos enredadas en mi pelo, sus labios llenándome de besos y ambos rodamos por el césped como dos perros en celo.

Finalmente me deshago de sus brazos y me pongo de pie para insistirle de nuevo.

—Venga, vámonos ya —repito —. Que además me tienes que enseñar a usar el metro de nuevo, que ya ni me acuerdo.

—¡Será posible! Cayetano, menos mal que estoy aquí para devolverte a la tierra.

***

Durante el camino en metro hacia mi casa, no le suelto la mano a Salva en ningún momento y me atrevo incluso a darle algún beso en la mejilla de manera esporádica. No me preocupa que alguien pueda vernos y juzgarnos. En estos momentos no hay nada que me importe pues siento que estoy flotando en una puñetera nube. O igual yo soy una nube también, pues he perdido la conciencia hasta de mi propio cuerpo.

Salimos del metro y emprendemos el camino a pie hasta mi casa entre risas y momentos en los que Salva, presa también de la euforia, me lleva a caballito.

—Menudo casoplón, Cayetano —dice Salva y a continuación silva de una manera rítmica.

El chico está dando vueltas en la amplitud del salón cuando de pronto escucho pasos acercándose a nosotros.

—¡Cuidado, Salva! —digo, pero ya es demasiado tarde, pues Trufo, el gigante labrador blanco de mi hermanastra se ha abalanzado sobre él derribándole en la alfombra de cachemir del suelo del salón.

Eso sí, Salva está feliz en su nuevo rol de humano de compañía de un perro gigante. A mí me entra la risa todo el rato.

—¿Qué pasa? Sé que en realidad tienes envidia del chucho porque está encima de mí y tú no—ríe y menea la cabeza —. No me habías dicho que tenías un perro.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora