22. RAISA

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🎵 Clavado en un bar- Maná 🎵

CHAT: RAISA Y SALVA

SALVA: Tenías razón.

RAISA: Lo sé.

¿Por qué?

SALVA: Darío ha cortado conmigo. Bueno, no sé si cortar es la palabra, porque creo que no hemos llegado a estar juntos de verdad nunca...

RAISA: Lo siento. ¿Estás bien?

SALVA: No.

RAISA: ¿Voy a tu casa y me cuentas?

SALVA: Vale. Gracias.

Si Salva me pide ayuda yo iré donde está y haré lo que esté en mi mano para ayudarle. Si no hay nada en lo que ayudar, estaré ahí de todas formas, para que al menos tenga algo de compañía mientras soluciona lo que sea que le pase. Es un contrato no verbal que firmamos ambos el día en el que nos hicimos amigos. Porque Salva es mi mejor amigo, a pesar de todo.

Cuando llamo a la puerta de su casa, hay un enjambre de abejas en mi interior. Siempre pasa cuando estoy a punto de verle: que los sentimientos se descontrolan y se vuelven agresivos y no son mariposas sino abejas.

Cuando Salva aparece por la puerta, con una camiseta ancha de una serie de dibujos animados que le va tan grande que le cubre hasta las pantorrillas, sin pantalones, el cabello revuelto y los ojos hinchados... el enjambre de abejas que había estado conteniendo sale de la colmena y destroza todo lo que encuentra a su paso.

No digo nada. Simplemente me acerco a mi amigo y le abrazo con fuerza. Sus brazos envuelven mis hombros dejando que me empape de la calidez que le caracteriza.

—Estoy solo en casa —me parece escucharle decir, pero no estoy muy convencida, porque mi amigo solamente balbucea.

Está llorando como pocas veces le he visto llorar y yo me esfuerzo por acariciar su nuca y estrecharle con esmero y desear con todas mis fuerzas que pare, porque no quiero verle sufrir.

—Gracias por venir —susurra, contra mi oído, tras unos minutos.

Yo no digo nada. Solamente me separo de él un poco y le agarro de la mano para encaminarnos juntos a su habitación. El espacio huele a comida rancia y a ropa sucia, pero la luz que se cuela por la ventana entreabierta hace que el polvo acumulado se vea mejor y que todo reluzca como si formase parte de un recuerdo prefabricado.

Hago que Salva se siente en la cama a mi lado y le abrazo de nuevo, reposando mi cabeza en su hombro. Mientras tanto, sigo observando la habitación y fotografiando mentalmente este momento. Siempre me he sentido muy cómoda aquí. El primer día en el que Salva me llevó a su cuarto, hace muchos años, me sentí la persona más afortunada del mundo. Los ojos le brillaban con intensidad mientras me enseñaba los objetos aleatorios que decoraban su habitación como quien te muestra una exposición privada de un museo que se ha abierto exclusivamente para ti. Recorría los pósteres de sus películas favoritas colgadas en las paredes de gotelé, los cromos de un álbum de Pokemon, sus gorras de verano y sus gorros de invierno colocados cada uno sobre una cabeza distinta de dos maniquíes que encontró una vez en un contenedor, sus fotos pegadas en las paredes... descubrí con cariño que había guardado y pegado en la pared la entrada de la primera película que fuimos a ver al cine juntos: Jonathan, Isaac, Salva y yo. Yo había conservado la mía también, como si fuesen los carnés de un club secreto.

—¿Cómo de desesperado te he sonado cuando te he mandado el mensaje? —pregunta Salva entonces, sacándome de mis pensamientos y clavando sus ojos marrones en los míos—. Porque has llegado a casa enseguida.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora