Capítulo Veintitrés

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Petra me estaba esperando en el salón, haciendo un castillo de naipes

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Petra me estaba esperando en el salón, haciendo un castillo de naipes. Las cartas eran su lugar seguro en este turbulento mundo. El equilibrio necesario par apilarlas le daba la tranquilidad que precisaba cuando algo en su vida no iba como de costumbre.

Cerré la puerta y se desvaneció su concentración, derribando toda la estructura que había estado creando a base de tarjetas de cartón.

—Perdón —dije cuando estas se desplomaron.

Mi hermana se levantó del sofá y, aún con una carta sostenida entre los dedos, caminó hacia a mí. Sentí la esquina de esta clavarse en mi espalda cuando Petra me abrazó, y fue cuando me aseguré que para mí, mi protección era ella.

Dejé que saliera de mí todo el malestar que la ruptura me había ocasionado. Me sentía totalmente perdida, pero a su vez, tenía la seguridad de que estaría bien si la tenía a ella a mi lado.

Llevaba desde mi adolescencia temprana con Silas, y no estaba realmente preparada para saber lo que suponía estar sin él. No llegaba a imaginar cómo serían los días sabiendo que quizás me odiaba por todo lo que le había hecho, pero a la vez tenía la certeza de que me odiaría menos de lo que ya lo hacía yo. Nunca me había sentido tan ruin, había tocado fondo y no sabía cómo nadaría hasta la superficie.

—Hiciste lo que debías hacer, Deva —el susurro de mi hermana se coló en mis pensamientos rumiantes.

Separé mi rostro de su hombro y, con los ojos enrojecidos la miré:

—¿De verdad? —Me sentía como una niña pequeña pronunciando aquello.

Petra asintió y metió la mano en el bolsillo de su peto vaquero, sacando de él un pañuelo de tela con una bonita "P" bordada en él. Lo acercó a mi mejilla, para limpiar lo húmedo de mi piel, pero antes de que aquel tejido llegara a rozarme me alejé de forma repentina.

—¿Qué pasa? —preguntó confusa.

Señalé con la mirada aquello con lo que quería secar mis lágrimas y, arqueando una ceja y levantando ligeramente el labio, me respondió:

—¿Te dan asco mis mocos con todos los que acabas de dejar en mi camiseta? ¡No te hagas la digna!

Pasó el pañuelo con brusquedad por mi cara y fue inevitable el comenzar a reír. Mientras, pronunciaba frases que la hacían ver como a una señora haciéndose cargo de sus hijos. El sufrimiento se eclipsó durante unos minutos por el ataque de risa que estábamos compartiendo. Hacía años que no nos desternillábamos de aquella forma.

—Sé que puedo sonar un poco pesada... pero te quiero muchísimo —le confesé.

Me sonrió, dándome a entender que aquel cariño era mutuo y, con un ligero golpe en el brazo, me dijo:

—¿Quieres salir al jardín? Como mamá siga escuchando tanto jaleo va a salir y te va a ver con la cara hinchada.

—¿Tengo la cara hinchada? —pregunté dándome palmaditas en el rostro.

Las letras de DevaWhere stories live. Discover now