Capítulo Dieciocho

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Retomé la historia que estaba escribiendo

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Retomé la historia que estaba escribiendo. Aquella que tuve que abandonar por centrarme en crear las rampas para la madre de Ofira. La novela que, desde un primer momento, hizo que imaginara a las dos protagonistas con nuestras características.

La pluma se deslizaba sobre el papel con la ligereza que emanaba de mi mano derecha cada vez que dejaba fluir mi imaginación. La trama había llegado al punto en el cual la princesa —a quien había decidido darle el nombre de Destrinna— había conseguido llegar al bosque junto a Ofnessa, la chica del reino que se comprometió a ayudarla a escapar. Allí ambas, rodeadas de los mismos árboles que le habían otorgado a la princesa su gran poder, se sostenían de las manos mientras sus ojos, con una mezcla agria de emociones, se decían su último adiós. Aquella noche, bajo la luz de la luna, la princesa perdería su poder y, consigo, su vida. Ofnessa le confesaba que aquella era la decisión más difícil que había tomado en toda su vida, ya que ayudó a la mujer a la que amaba a escapar de aquella prisión a la que llamaban palacio, a sabiendas de que supondría no volverla a ver. Antepuso el deseo de su amada a su necesidad imperiosa de permanecer junto a ella por el resto de su vida.

El cuaderno de hojas irregulares estaba recogiendo todo lo que mi imaginación dramática e intensa quería expresar, hasta que llegué al punto de la historia en el que no pude evitar detener el trazo. En mi imaginación, Ofnessa besaba a Destrinna y la dejaba ir hacia el interior de aquel oscuro bosque lleno de luces mágicas. Sentía aquella situación inventada como mi propio subconsciente hablándome, y entonces las piezas que éste me había estado dejando entre las líneas de la historia, tomaron sentido. No me equivocaba cuando, debajo del sauce del lago, me creía cautivada por sus encantos. Quizás, estuviera en lo cierto al sentir que me podría haber enamorado de ella: de mi costurera, de Ofira.

Escribí aquel beso, con lágrimas retenidas en mis ojos celestes. Sabiendo que, seguramente, aquello que mi interior tanto anhelaba se quedaría únicamente en la ficción que escribiera. Jamás podría confesarlo al mundo. Nunca se me permitiría estar con una mujer y, aunque en me creyera tan valiente como para llegar a besarla, era conocedora de mi trayectoria y de todas las veces que me paralicé ante aquello que ansiaba hacer.

Cerré el cuaderno, al cual tan solo le quedaban un par de hojas libres para acabarlo. Después me tumbé en la cama, mirando al techo con las manos entrecruzadas sobre mi abdomen. Mi respiración se había acelerado y cada vez me picaba más la garganta. Exhalé e inhalé repetidas veces, con la intención de que aquel malestar que se me había atorado en el pecho se desvaneciera, pero mis recuerdos se colaban en aquel intento.

Tras unos largos minutos pensando en Ofira y en su rostro ovalado, logré calmar mi interior. Como fui incapaz de quitármela de la cabeza, dirigí mi memoria a aquellos momentos en los que ella me había hecho sentir en paz.

Faltaban pocos días para su cumpleaños —otra idea que no podía sacármela de la mente—, y sabía que querría regalarle algo, pero no sabía el qué. Quizás aquella fiesta de cumpleaños sería de las últimas veces que nos volveríamos a ver. El vestido ya estaba prácticamente finalizado y las rampas ya habían sido colocadas. No habían más motivos que justificaran el hecho de que pasara los días a su lado, aunque no había nada en el mundo que deseara más. Aquella idea me entristecía, por ello quería hacer justicia con el regalo de cumpleaños. Deseaba que, fuera lo que fuese aquello que abriera el día de su cumpleaños, hiciera que jamás se olvidara de mí. Era lo justo, ya que yo no podría hacerlo ni aunque lo deseara con todas mis fuerzas.

Las letras de DevaWhere stories live. Discover now