Capítulo Diecinueve

290 44 21
                                    

A pesar de haber sentido la aceptación por parte de mi hermana y cada vez encontrarme más reconciliada con mis emociones, a ojos del mundo seguía siendo una mujer comprometida

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

A pesar de haber sentido la aceptación por parte de mi hermana y cada vez encontrarme más reconciliada con mis emociones, a ojos del mundo seguía siendo una mujer comprometida.

La tarjeta que me había dado Silas había estado cogiendo polvo sobre el escritorio. Estuve ojeando durante la semana cómo se iba acercando la fecha acordada para ir a seleccionar el cáterin y, como aún no había reunido toda la valentía necesaria para cancelar la boda, me veía obligada a asistir.

Aquel era el día. Me puse un vestido blanco con bordados y me recogí el cabello en una trenza despeinada que decoré con unas flores frescas que tenía en un jarrón de mi dormitorio. Escogí los pendientes dorados con forma de sol, me coloqué el anillo de compromiso en el dedo anular y me maquillé ligeramente.

Mirándome al espejo cogí aire, convenciéndome de que tan solo serían unas horas y que haría todo lo posible para no cerrar ningún tipo de acuerdo, ya que próximamente le confesaría a Silas lo que estaba ocurriendo.

Mi madre tocó a la puerta, avisándome de que ya estaba abajo mi prometido esperándome.

Bajé por las escaleras y le vi, tan bien vestido como siempre, pero esta vez con el cabello más peinado que de costumbre. Sentí un pinchazo en el pecho al ver su rostro. Ya no portaba la misma sonrisa, había estado con él demasiados años como para percatarme de aquello.

—Hola Silas —esta vez saludé yo primera.

Él hizo una ligera reverencia con la cabeza y aquella sensación horrible volvió a invadirme.

—¡Espero que os vaya bien! Recordad que Petra es especial con algunos alimentos —nos dijo mi madre desde la puerta, despidiéndose con la mano.

Mi prometido aún no me había dirigido palabra, solo me había acompañado hasta el coche de caballos que se encontraba al final del camino.

—¿Todo bien? —quise asegurarme, preocupada por su actitud atípica.

—Sube, por favor.

Me abrió la puerta del coche e, incluso antes de que mis ojos se acostumbrasen a la oscuridad que había en el interior de aquella cabina, me percaté de otra presencia allí adentro.

—Buenos días —me saludó desde el interior una voz que reconocía. La voz de la madre de Silas.

Me giré para mirarle y la expresión de su rostro pedía disculpas. Lo siguiente que hizo fue acompañar mi mano para indicarme que debía subir para irnos.

Sentí que fue la asistencia de su madre la que le había hecho comportarse de forma tan extraña. Él sabía lo incómoda que me sentía cuando estaba con ella y, seguramente, no pudo evitar que viniera. Suspiré tranquila porque, a pesar de que no era la situación idónea, al menos no se asemejaba a lo que mi mente había creído. Me imaginé que el contenido de la nota que le escribí a Ofira se había propagado por la comarca como la pólvora. Aunque confiase en mi hermana, no sabía si quizás alguna de las personas que la solían molestar se la arrebataron en algún momento de las manos. Por eso lo veía probable, y temía que hubiese llegado a oídos de Silas.

Las letras de DevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora