Capítulo Once

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Estaba en la tumbona, con el cuaderno que me regalaron mis padres cuando cumplí dieciocho años abierto entre mis manos

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Estaba en la tumbona, con el cuaderno que me regalaron mis padres cuando cumplí dieciocho años abierto entre mis manos. Entre todas las páginas repletas de proyectos literarios, ninguno de los que había empezado habían tenido aún un final. Me imponía perfeccionismo en todo lo que hacía, y escribir novelas lo exaltaba porque mi objetivo era ser una escritora brillante, quería llegar a ser como los escritores a los que tanto admiraba. Aun así, tenía la esperanza de que algún día una novela me parecería lo suficiente buena como para ponerle el punto y final. El siguiente paso, en el que tendría que reunir toda mi valentía, sería presentarla ante una editorial para cumplir mi sueño.

Esta vez, bajo el agradable e incandescente sol, escribía sobre una princesa que quería escapar de la grandeza que suponía serlo y una chica del reino que la ayudaría en su cometido, y estaría ambientada en un mundo en el que ser parte de la realeza era sinónimo de tener un poder que, aunque fuese beneficioso para los demás, tenía un gran efecto negativo ante aquellos que lo poseían. Iba trazando las letras que constituían lo que tenía rondando por mi imaginación con la pluma que heredé de mi abuelo. A medida que lo hacía, no podía evitar que esos dos personajes se representaran en mi mente con mi rostro y el de Ofira. Yo era la princesa —ya que estaría narrado en primera persona desde su punto de vista—, y mi costurera era la mujer que cooperaría con el objetivo de la protagonista. No comprendía por qué estaba sucediendo, ya que al contrario de la costumbre de verme en las historias que leía, nunca me había visto reflejada en mis escritos. Mi principal intención era separar a los personajes de mis novelas de mi realidad, porque en parte me aterraba pensar que personas que no conocía, y que llegaran a leer la novela, supieran tantas cosas sobre mí y mi entorno. Sin embargo, esta vez no me interrumpí, y dejé que la pluma fluyera sobre el papel con la libertad su trazo ligero me daba, sabiendo quizás que aquella historia nunca se terminaría haciendo realidad.

Mientras escribía, Petra estaba tumbada en el césped leyendo un libro sobre Alejandro Magno y sus hazañas. Le había causado curiosidad su historia tras haber tenido que estudiar el imperio macedonio para un examen del colegio. Tenía el peto que llevaba puesto manchado de verde por haber estado restregándose sobre la hierba y, aunque sabía que eso enfadaría a nuestra madre, no dije nada porque una parte de mí quería ver aquella regañina.

Aparecieron nuestros padres, que habían pasado toda la mañana fuera en busca de la madera de nogal. Mostraban en sus rostros una mezcla de agotamiento y felicidad y, nada más acercarse a nosotras, nuestro padre dijo:

—La tenemos.

—Por fin —añadió mi madre emocionada.

Me levanté dejando el cuaderno con mi inicial en la portada sobre la tumbona y me acerqué a abrazarles. Había sido muy complicado encontrarla, pero por fin habían contactado con un proveedor que la traería. Ahora tocaba que mi padre descansara antes de que llegara la gran cantidad de madera necesaria para construir el dormitorio completo, y tuviese que ponerse manos a la obra sin parar. Seguramente terminaría ayudándole a perfeccionar las piezas junto a Petra y mi madre. En todos los proyectos grandes, la familia estaba implicada al completo, aunque no fuese de mi agrado pensar que aquellos muebles irían para la persona que hizo que mi estancia en el colegio fuese tan poco memorable.

Las letras de DevaWhere stories live. Discover now