Capítulo Cuatro

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Hacía un día soleado de los que tanto disfrutaba, sin nubes deslizándose por el cielo

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Hacía un día soleado de los que tanto disfrutaba, sin nubes deslizándose por el cielo.

Estaba sentada en la tumbona mientras leía un libro y dejaba que la brisa ondeara mi cabello con suavidad. La madera sobre la que estaba ardía por haber estado toda la mañana con el sol incidiendo en ella, lo que hacía que no pudiera mover mis pies descalzos de donde los había colocado al llegar.

Mis piernas flexionadas que sostenían el peso del libro estaban ligeramente al descubierto, el vestido se me había doblado hasta la altura de los muslos. Cada vez que escuchaba un ruido a mi lado me lo volvía a colocar sobrepasando las rodillas, aunque supiera que no podía ser otra persona que mi hermana, ya que la casa más cercana estaba a varias decenas de metros del jardín. Pero cuando el ruido se disipaba y comprobaba que ningún desconocido estuviese merodeando por allí, las volvía a dejar libres, dejando mi piel expuesta a los rayos del sol.

En la mesita de al lado tenía un vaso de agua fresca que proyectaba sobre la superficie de esta una hermosa luz que se cruzaba en un punto y se transformaba en un arcoíris. Podía llevarme horas observando lo que los rayos del sol creaban tras cruzar el agua. A su lado, un bol con fresas ligeramente humedecidas, de las cuales solo quedaban la mitad.

Apreciaba la sombra del fresno cuando después de varias horas sentía mi piel enrojecer, aunque siendo honesta, también disfrutaba el ligero picor que provocaba el sol sobre mi piel pálida.

Ya me quedaban pocas páginas para terminar el libro que había absorbido la mayoría de mi tiempo hacía un par de días atrás. Era una novela de fantasía romántica: mi género favorito.

Tenía la costumbre egocéntrica de poner mi rostro sobre el de la protagonista, llevaba haciéndolo desde pequeña, cuando en el colegio me sentaba bajo la sombra de los árboles con un libro entre las manos intentando escapar de la realidad que me rodeaba. Y aunque pudiera verse como un gesto ególatra, así lograba sumergirme con mayor intensidad en la historia. Los libros me permitían conocer a personas, a seres mágicos, visitar lugares increíbles y vivir historias de amor de las que deseaba formar parte. Porque, aunque para los ojos de los demás yo estuviera viviendo una, cada vez me sentía más alejada de ella.

Los primeros años de relación, hacía lo mismo con los protagonistas masculinos: me imaginaba que todos ellos eran Silas. Y cuando terminaba de leerme las novelas corría a contarle todo lo que habíamos vivido juntos entre aquellas páginas, pero progresivamente dejé de hacerlo. Dejé de verle en los personajes. En un principio les dejaba algunos rasgos característicos, hasta que un día me percaté que su rostro había dejado de aparecer en mi imaginación cuando leía.

El dolor apareció el día que sentí más emoción por la historia de amor de unos personajes inexistentes que por la que nosotros estábamos viviendo. Lloré durante horas, culpabilizándome porque en él veía la misma pasión que me había mostrado desde las primeras semanas de noviazgo. Desde entonces me he martirizado constantemente por no sentir de la misma forma. Sabía que no había dejado mi lado romántico, porque lo seguía disfrutando en las historias de ficción, pero odiaba no poder sentirlo en la vida real.

Las letras de DevaWhere stories live. Discover now