Capítulo Catorce

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Aparqué la carretilla que me había dejado mi padre para transportar la madera y las herramientas

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Aparqué la carretilla que me había dejado mi padre para transportar la madera y las herramientas. La dejé al lado de la mesa que Ofira me había dicho que había acomodado para que trabajara allí, con ella.

Mientras sacaba los elementos para construir las rampas observaba a Ofira, que había traído del interior de su casa el maniquí y sus utensilios de costura. Me quedé helada cuando comprobé lo avanzado que estaba el vestido. Ya no eran piezas de un puzle a construir, ya habían tomado forma alrededor del cuerpo del maniquí, y no pude evitar verme a mí en él y sentir un escalofrío recorrer mi cuerpo, pero uno de los que dejan los vellos como escarpias.

—Ha progresado mucho —dije una evidencia.

—Sí, la verdad es que he aprovechado mis noches en vela para ir cosiéndolo.

¿Noches en vela? Entonces se me vino a la mente la imagen de la cama sin hacer, sin una sola arruga en las sábanas. ¿Cuánto tiempo llevaría sin dormir? ¿Y qué sería lo que le quitaba el sueño?

Al parecer siguió hablándome mientras me hacía todas aquellas preguntas, porque tras unos minutos preguntó:

—¿Deva?

—Sí, sí ¿qué pasa?

Me observó sabiendo que me había abstraído por completo, pero no le dio mayor importancia y siguió hablando:

—Entonces, ¿te está gustando? Aún le queda mucho, pero la forma base ya está lista. Tan solo me falta ribetear por allí y sobrehilar por allá.

—Está quedando genial —confesé sincera, ya que a pesar de que la idea de que fuese mi vestido de novia me imponía demasiado, el vestido estaba quedando increíble. Era una gran diseñadora y costurera.

Tras colocar todas sus cosas, vi como se quitaba los zapatos y sus pies quedaban descalzos sobre el mullido césped, y no pude evitar curiosear:

—¿Por qué te los quitas?

—¿El qué? ¿Los zapatos? —dijo mirándose a los pies—. Los llevo porque mi madre me obliga, si no fuese así, iría siempre descalza. Deberías probarlo.

—¿Ahora?

—Claro. La hierba aún está húmeda por el rocío de la mañana, y con el calor que está empezando a hacer, es un alivio sentir cómo se refresca una parte del cuerpo. Además, el césped es mi superficie favorita para pisar descalza. Adoro sentir los filamentos entre los dedos y que de vez en cuando algún insecto escale sobre mi pie.

Mientras me contaba sus razones por las que ir descalza era la mejor opción, no pude evitar mirarla fijamente, embobada. Pestañeé con fuerza, intentando que mi mirada se desviara de su rostro que comenzaba a enrojecerse por el sol, resaltando su piel morena y ojos castaños.

—¿Te atreves entonces? —me dijo retándome.

—Claro que me atrevo —Y me quité los zapatos, y aquello me hizo sentir como cuando de pequeña Petra y yo jugábamos en el jardín sin importar mancharnos (aunque a ella le seguía sin importar).

Las letras de DevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora