—¿Que te pegaron? ¡¿Me lo estás diciendo en serio?! ¿Y vosotros dos lo sabíais? —no doy crédito —. ¿Por qué no me habéis dicho nada?

—Pues porque te habrías plantado en sus casas a repartir hostias y no habríamos solucionado nada —suspira Jonathan.

—A mí me daba un poco de vergüenza —responde Salva finalmente.

—¿Vergüenza? ¿Vergüenza de qué? ¡Si no hiciste nada malo! —repito yo.

—Yo que sé, tía... desde que el año pasado pasó lo mío con Luis, él y sus amigos y mi hermano han estado metiéndose conmigo y yo lo he gestionado regular pero nunca ha pasado nada porque siempre he estado con vosotros. Siempre me habéis protegido. Esta era la primera vez que... yo que sé, que los tenía delante estando a solas y yo que sé, estaba hasta los cojones así que les respondí y sé que quienes han hecho algo mal son ellos y demás pero... yo les provoqué. Me siento un poco culpable por eso. Y menos mal que apareció Jonathan.... —mi amigo suspira—. Lo siento un montón, Jona, que luego encima tuve la poca vergüenza de enfadarme contigo.

Mis ojos se desvían de Salva para llegar a los de Jona, que muestra una sonrisa.

—Disculpas aceptadas —dice —. Ni te ralles, de verdad. ¿Veis? Aquí ya se me notan la edad y la experiencia... por mi predisposición a hacer de hermano mayor al que le toca aguantar al hermano pequeño tocapelotas. No te preocupes, Salva. Sé que estabas mal, no te lo tengo en cuenta.

—También... También te quería dar las gracias por hablar con mi hermano. No sé qué le dijiste pero me pidió perdón y ahora está siendo... amable... conmigo —estoy recibiendo muchísima información que desconocía y no sé ya ni dónde mirar.

—Solamente le amenacé con partirle las piernas si seguía siendo colega de Luís y los demás... Qué va. Le dije lo que había pasado y ya. De nuevo, una cuestión de edad. Decimos siempre que Raisa es la "madre" del grupo pero va a ser que no, o a las pruebas me remito... —mi amigo muestra una amplia sonrisa y yo aprovecho para golpearle el hombro amistosamente.

—Oye, a ver si repites eso la próxima vez que me escribas para que te ayude con algo de clase —digo y mi amigo coge la cerveza de la mano de Isaac y le da un trago, cabizbajo.

—Me parece que eso va a pasar a la historia —dice.

—¿Qué? ¿A qué te refieres? —pregunto.

—Pues que se acabó, que voy a dejar de estudiar —explica—. Suspendí un par de exámenes. No os dije nada porque, bueno, tampoco hacía falta... Mis padres me dieron la chapa del siglo cuando se enteraron porque, es verdad, no tiene sentido que esté perdiendo su dinero y sin trabajar cuando encima voy de culo.

—Tío, pero tú sí que trabajas —responde Salva inmediatamente.

—Y solo has suspendido unos exámenes, también has aprobado un montón —digo yo aprovechando para darle un corto abrazo.

—¿Que yo trabajo? —pregunta Jonathan—. Unas horas en la tienda de este —señala a Isaac— y no me echan porque les doy pena.

—Bueno y también cuidas de tus hermanos cuando no están en el colegio y llevas la casa cuando tus padres no están, que alguien tiene que hacerlo también —digo, aún estrechándole —. ¡Y estudiar requiere tiempo! ¡Estás haciendo muchas cosas!

—Pues ese es el tema, reina, que no tengo tiempo —dice Jonathan, resignado—. Y ya me lo han dicho mis padres, que si quería estudiar tendría que haberlo hecho en su momento, ahora no tiene ningún sentido, no todos valemos para estudiar. De verdad que no tenemos un duro, tía. Que somos seis en casa y con la mierda de sueldo de mis padres y la mierda que gano yo de vez en cuando no llegamos ni de coña... Es lo que hay. No pasa nada.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICOKde žijí příběhy. Začni objevovat