—Bien. Siento el susto que os he dado.

—Yo también lo siento. Lo siento de verdad. Por lo que pasó el otro día... tú estabas triste y yo la cagué besándote y diciéndote todo lo que te dije. Tendría que haber sido una buena amiga, haberte consolado y ya está... Perdón — digo sin atreverme a mirarle a los ojos.

—Bueno, los sentimientos son así... ¿no? Yo qué sé, Raisa, me alegro de que me lo hayas dicho. Pero sobretodo estoy contento de que estés aquí. Te he echado de menos...

—Y yo a ti —le abrazo una vez más—. Joder, Salva, me alegro tanto de que estés bien...

—Yo también me alegro, y me alegro de que hayas venido tú un poco antes que ellos, la verdad —me dice también y se me revuelve un poco el estómago al ver esa media sonrisa torcida que se dibuja en su cara solo para mí. Me siento afortunada por quererle. Me siento afortunada de que él me quiera a mí. Porque me quiere, a pesar de todo.

—¿Sabes? —pregunta Salva entonces—. Creo que todo esto es culpa del pendiente de mi pezón.

—¿Qué dices?

—Pues que ya no lo llevo y desde que se me desgarró todas las cosas me han empezado a ir mal, ¿te das cuenta? Se me ha roto y ha caído sobre mí una maldición de tres pares de narices.

—Salva —suspiro—. Si es que eres más tonto que nada. Pero bueno, yo sigo teniendo mi pendiente así que hasta que el tuyo vuelva yo te protejo a ti.

Y en mi mente, mientras le abrazo, me hago a mí misma una promesa.

Jonathan e Isaac irrumpen en la habitación del hospital en ese mismo momento haciendo que yo me separe de Salva con rapidez. Tienen pinta de haber llegado corriendo y me hace mucha gracia ver que Isaac sujeta un ramo de flores mientras que Jonathan lleva una simple bolsa de plástico en la mano. Juraría que es el mismo ramo de flores que me trajeron cuando me operaron de apendicitis. Fijo que lo han robado.

—¡Tío! —exclama Jonathan—. Joder, ¿estás bien?

Con cuidado de no hacerle daño se abalanza sobre su amigo para darle un fuerte abrazo.

—Sí, estoy bien. Solo ha sido un accidente.

—¿Ocurrió después de...? —sigue hablando Jona.

Salva le interrumpe.

—Después de que nos viéramos, sí —dice, con el tono de voz un poco agudo de pronto—. Tendría que haber pasado de salir a patinar con lo oscuro que estaba todo pero bueno... solamente ha sido un susto.

—¿Os visteis? —inquiero.

—Sí, me crucé con Jonathan al salir de casa... —explica, otra vez sin dejar hablar a Jonathan—. ¿Y esto?

—Pues nuestras flores de hospital —explica Jonathan.

—¿Tenemos nuestras propias flores de hospital? —inquiero, riendo.

—Como debe ser, aunque preferiría que dejásemos de utilizarlas —dice Isaac, acercándose a Salva para darle también un corto abrazo—. Y en esta bolsa llevo rotuladores permanentes para que le firmemos la escayola al señorito.

—¡Sois tontísimos! —exclamo, riéndome —. Voy a salir un momento fuera a por un café. Id firmando la escayola, pero dejadme espacio a mí para la tremenda obra de arte que voy a dejar. ¿Queréis que os pille un café también?

—No te preocupes, reina de las mil y una noches, ya venimos servidos de bebidas energéticas —responde Jonathan cogiendo uno de los rotuladores que han traído y moviéndolo entre sus dedos.

—Bien. Pues vuelvo enseguida. Cuidadme al chaval —digo.

Pero yo no me encamino a buscar un café porque ya estoy lo suficientemente ansiosa sin su ayuda. Yo he salido de la habitación para llamar a Darío.

 Yo he salido de la habitación para llamar a Darío

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¿Como estáis?

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICOUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum