Me dio un nuevo beso en la frente y cuando se marchó, yo procedí a llamar a Isaac y a Jonathan para contarles lo que había pasado con toda la calma que me pude permitir y acordar que nos reuniríamos mañana en el hospital. Supe también que había otra persona a la que debía llamar: debía llamar a Darío. Aunque hubiesen roto o se hubiesen peleado o lo que fuera, sabía que Darío necesitaba saberlo.

Simplemente no tenía fuerzas para hacerlo aún.

***

El hospital me recibe rodeado de nubes violáceas que reflejan mi estado de ánimo y mi propio rostro, que está marcado por las ojeras de una noche en la que apenas he podido dormir. Mamá me ha dejado en el hospital a las nueve menos cinco minutos de la mañana. Isaac y Jonathan llegarían un pelín más tarde o eso me habían dicho.

—Buenos días —saludé a la madre de Salva, que estaba en el pasillo delante de una maquina de café. La mujer me abrazó enseguida, y la tranquilidad con la que me miró me tranquilizó a mí también.

—¡Raisa, cariño! Seguro que Salva tiene muchas ganas de verte.

—¿Cómo está? —pregunto.

—Le han hecho más pruebas y está todo bien, solo ha sido un susto. Esta tarde o mañana le darán el alta y solamente tendrá que guardar reposo para que su pierna se pueda curar.

—Voy a verle, ¿te parece?

—Claro, habitación 222.

Yo ya he empezado a llorar antes de entrar en la habitación así que me apresuro a secarme las lágrimas y a adecentarme un poco antes de entrar. Salva está girado cuando le veo, con un jersey que le va un poco grande y mirando por la ventana. Pero me escucha entrar y cuando se vuelve para verme el rostro se le ilumina.

Él también parece cansado. Agotado, más bien. Del accidente se le ha quedado una parte de la cara quemada por el contacto con la carretera y un labio y la nariz bastante hinchados. Debe estar incómodo pues tiene la pierna escayolada hasta casi la pantorrilla y enganchada a un aparato que la mantiene subida.

—¡Hola! —le saludo, rompiendo la distancia y casi corriendo hacia él para darle un abrazo. Ahí me permito llorar, solamente un poco, y dejo que él me siga abrazando con tanta fuerza que parece que en vez de unos días llevemos un año sin vernos.

—Me dijiste que ibas a pasar un tiempo alejada de mí —dice Salva mientras yo sigo abrazándole.

—Y tú vas y te dejas atropellar por un jodido coche —replico, haciéndole reír—. Si querías verme había maneras más sanas de pedírmelo.

—Bueno, te aseguro que yo tampoco quería que me atropellase un coche.

—¿Estás bien?

—Más o menos... —responde, bajando la cabeza—. Muchas gracias por haber venido, Raisa.

—¿Cómo no iba a venir? Me has dado un susto de muerte... —ahora soy yo la que baja la cabeza y busca en su interior—. Te dije que no quería seguir siendo tu amiga y que necesitaba dejar de verte...

—Y yo lo entiendo, de verdad —replica Salva. Niego.

—Pero lo he pensado mejor y no me merece la pena separarme de ti, Salva. Yo ante todo quiero ser tu amiga. Tú lo dijiste... nunca pensamos en darle una oportunidad a nosotros... como pareja, o lo que sea, porque no queríamos perder nuestra amistad. Pues me parece absurdo acabar perdiéndola ahora.

Salva asiente y suspira, abrazándome con más fuerza.

—Jona e Isaac llegarán enseguida, me han mandado un mensaje antes —le explico, acariciándole el pelo que está sucio y revuelto.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICOOù les histoires vivent. Découvrez maintenant