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Lucas no pudo dormir la noche anterior, evidentemente. La ansiedad se instaló como una pequeña y débil vocecita en la parte trasera de su cabeza, susurrándole situaciones inexistentes que solo hacían que su corazón latiera frenético y que tuviera el impulso de salir corriendo a cualquier lugar sin rumbo fijo. Terminó levantándose ya entrada la madrugada, dando vueltas alrededor de la sala de su nuevo departamento porque no podía quedarse quieto en un solo lugar. Sentía que se volvería loco si lo hacía.

Y es que él sabía que era imposible encontrarse con Tyler en su primer entrenamiento de vuelta en la NFL, en especial porque estaban en equipos distintos, en ciudades distintas. Sus ideas eran ilógicas, lo comprendía muy bien. Ojalá fuera tan sencillo poder controlar su mente y su cuerpo de la misma forma. No pudo hacerlo, por supuesto, y su primer día es un resumen de una noche de desvelo, una ansiedad que nunca cede, náuseas incontrolables, temblores y un cosquilleo que lo empuja a que salga corriendo, por más que él se resista a ello.

El estadio de los acereros es enorme. Navarro casi había olvidado lo que se sentía entrar al campo de futbol y la emoción está creciendo en su cuerpo. Sus ojos viajan por los asientos amarillos y puede imaginarlos llenos de fanáticos que gritan y celebran. No puede esperar para estar en ese momento, cuando se dé la patada de salida y su primer juego comience.

La emoción disminuye rápidamente cuando escucha ruidos en los vestidores del equipo que ya se prepara para entrenar. Tal vez todo sería más fácil si su ansiedad social decidiera salir a caminar a otro lado, pero, como una fiel compañera, está ahí sobre su hombro susurrándole que todos van a burlarse de él, que hablarán sobre lo qué pasó y que van a señalarlo. Lucas está a punto de echarse a correr cuando la puerta se abre y sale su entrenador. Un hombre alto, con una mandíbula pronunciada, pecas en el rostro y ojos color café. De complexión robusta y piel blanca, alto, más alto que él. Sus brazos y piernas aún lucen músculos que, si no fuera por la edad que luce, Lucas pensaría que es un jugador más.

-Navarro- el entrenador se aproxima y le estrecha la mano. El mariscal está a punto de pedir disculpas por el sudor de su palma, pero el otro hombre no parece interesado. Casi de inmediato mira las hojas de su tablilla plateada- Llegas tarde, pero es tu primer día así que lo dejaré pasar. Cámbiate, queremos comenzar la práctica pronto.

Lucas asiente, pero no se mueve. Los jugadores salen de los vestidores y pasan junto a ellos, como un río esquivando las rocas. Algunos lo miran y hablan entre ellos, otros simplemente lo ignoran después de reconocerlo. Al final se arma de valor y camina en dirección contraria a ellos, evitando hacer contacto visual con alguien. Quedan pocos jugadores en el lugar cuando por fin entra, pero se ocupa de observar los casilleros hasta llegar al que tiene su nombre: Lucas Navarro. Hay una especie de nostalgia que lo inunda cuando lo ve. Muchos recuerdos que aparecen en su mente al mismo tiempo. Por eso inhala con fuerza, expulsando el aire por la boca después, intentando llenarse de fuerza.

La ansiedad social regresa con más fuerza cuando sale de los vestidores con su uniforme para entrenar y todos los jugadores que están reunidos lo miran casi al mismo tiempo. Lucas podría echarse a correr en cualquier instante. Sus piernas tiemblan mientras camina manteniendo el mejor semblante tranquilo que puede, rogando porque nadie note lo mucho que desea huir de ahí.

El entrenador no pierde mucho tiempo presentándolo y nadie de los jugadores parece interesado en él, lo que Lucas agradece. Sin embargo, cuando la práctica comienza, nota algo aún más desalentador: todos lo evaden. Es como si los jugadores evitaran tocarlo por temor a que les contagiara alguna enfermedad terminal o algún virus mortal. Es una estupidez, piensa, porque a diferencia de la homosexualidad, la homofobia es la que parece esparcirse en el aire.

La ansiedad solo empeora porque Navarro nunca se había sentido tan excluido en un grupo tan numeroso como ese. La gente lo había señalado antes, en muchas ocasiones, habían hablado a sus espaldas, mostraban su cara en cada revista de chismes. Pero es que esto es mucho peor, porque la mayoría -tal vez todos- actúan como si él no se encontrara en el lugar. Como si fuera un fantasma, un cono más en el centro del campo.

Tiempo FueraWhere stories live. Discover now