Capítulo 24

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Me giré y vi a Axelia acercarse, sosteniendo el látigo, arrastrando la punta por el cemento agrietado. Sus ojos, cargados de odio, se mantenían centrados en mi rostro.

—¿Por qué lo has hecho? —me preguntó, tras detenerse a unos pocos metros—. ¿Por qué lo has matado? ¿Por qué has tenido que arrebatármelo?

Fui a apartar la mirada, a girar un poco la cabeza hacia el lado, pero Axelia se movió para que nuestros ojos no perdieran el contacto.

—Lo siento... —pronuncié con autentico pesar, no por haber matado al otro Bluquer, sino porque, antes de que se consumiera, percibí a través del ligero vínculo que nos unía que no manipuló a Axelia, que la quería y que ella también lo quería a él—. Tenía que hacerlo. Era una amenaza para el futuro.

Apretó con fuerza el mango del látigo.

—¡¿El futuro, en serio?! —Me señaló—. ¡¿Esa es tu excusa para justificar lo que estás haciendo para limpiar tu conciencia?! —La rabia se reflejó en su rostro—. ¡No eres mejor que él! ¡Engáñate cuánto quieras, miéntete, pero los dos sabemos que cuando esto acabe, cuando hayas saboreado la última gota de venganza, cuando vuelvas a sentirte poderoso, abrazarás tu verdadera naturaleza! —Las venas negras se le marcaban en la piel de la cara—. ¡Eres un depredador, uno que se alimenta de dolor y sangre, uno que vive solo para cazar! ¡Y por más que trates de camuflar tu naturaleza tras una máscara de bondad, por más que hayas convencido a los demás, ambos sabemos quién eres en realidad y cómo tu oscuridad resurgirá y traerá de vuelta al verdadero Bluquer, al temido asesino sin un ápice de piedad!

Sus palabras dolían demasiado, pero lo peor era que me enfrentaban ante el miedo de que mi bestia interior, esa parte de mí que ella conocía tan bien, despertara y tomara el control. Aunque había conseguido mantener al monstruo atado, cubierto de cadenas y grilletes, la amenaza de que la sed de sangre me cegara era algo que temía, que llevaba temiendo desde que le prometí a Manert, el humilde pescador que me trajo de vuelta de la muerte, que saldaría la deuda de vida a base de buenas acciones.

Ya no era suficiente estar seguro de haberme convertido en una mejor persona, no podía permitirme bajar la guardia hasta acabar con mis enemigos y poner fin a mi vida para no volver a ser nunca más una amenaza.

—No soy así —contesté, aferrándome a la idea de que había cambiado—. Ya no.

Axelia inspiró con fuerza y me miró con desprecio.

—Te conozco mejor que nadie —habló, despacio, dando énfasis a cada palabra—. Sé cuándo mientes. —Recogió el látigo—. Sé cuándo te mientes. —Miró el arma y llevó sus pensamientos a una época pasada—. Soy la única persona a la que has permitido acercarse lo suficiente al abismo oscuro que engulló tu alma. —Alzó un poco la mirada, lo suficiente para ver mi rostro—. Te amé, te di todo, solo me importabas tú, pero yo no era suficiente. Te cansaste y me echaste de tu vida. Fui un juguete en tus manos. —Iba a responder, pero no me dejó, continuó hablando—: No me importó, no del todo. Me engañé, me dije que te darías cuenta de que estábamos hechos el uno para el otro. Pequé de tonta. Y lo hice hasta el final, hasta el último día seguí creyendo que abrirías los ojos. Lo creí hasta el día en el que el enmascarado acabó contigo. —Cerró los ojos, la rabia la corroía, me odiaba y a la vez sufría por haber creído durante tanto que me daría cuenta de cuánto la amaba—. Entonces llegó mi guerrero del futuro. —Abrió los párpados, se perdió unos segundos en recuerdos y el pesar se adueñó de su rostro—. Él sí quería estar conmigo, él sí me amaba, era todo para él. Por fin iba a tener la vida que siempre quise, al fin sería feliz... —Se calló, me miró con odio y la rabia le tensó las facciones—. Pero tuviste que arrebatármelo.

Cuando muera el solWhere stories live. Discover now