Capítulo 20

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El ambiente en el bunker era irrespirable, no porque los depuradores de aire no funcionaran, sino por la tensión entre Ítmia y Ethearis. La gran estancia del refugio parecía estar a punto de estallar. Gormuth, que también desconfiaba de la mujer de piel azul, había tomado una actitud más pragmática.

—¿Y por qué tenemos que creerte, maldita loca? —le preguntó Ítmia a Ethearis mientras la señalaba —. Hace un mes masacraste a dos escuadrones a mis órdenes.

Eso era nuevo, no lo sabía, pero no me dio tiempo a decir nada; la poca paciencia de Ethearis se agotó y ella dejó de medir sus palabras.

—Maldita cría humana, como no pares de comportarte como un Yellag en celo, voy a cortarte la lengua para que no sigas poniéndote en ridículo.

Había que pararlas; la mano de Ethearis se recubrió con un brillo azulado y la nube de vapor repleta de partículas amarillas que se encontraba cerca de uno de los muros del bunker, la esencia del ser gigante, vibró mientras los dedos de Ítmia iban en busca del revolver enfundado cerca de la cadera.

—¿Podemos calmarnos? —dijo Gormuth, tras acercarse y alzar un poco las manos para que lo miraran—. Ítmia, estoy contigo, no confío en ella, entró en la fortaleza de Acmarán y casi lo degüella. Si no tuviéramos que preocuparnos del loco del chubasquero, ya haría rato que habríamos dejado las palabras. —La capitana de Jarmuar, aunque no cesó de mirar a Ethearis con una rabia asesina, asintió a regañadientes—. Cuando esto acabe, ya pagará por lo que les hizo a tus escuadrones. —Miró a la mujer de piel azul—. Da gracias de que Bluquer responde por ti. Eso hace que te dé el beneficio de la duda. —Gormuth dirigió la mirada hacia la mano de Ethearis y se fijó en el brillo azulado que le recorría la palma—. Y, ahora, si no te parece mal, nos comportamos como adultos y canalizamos nuestra rabia en nuestro enemigo común. —La miró a los ojos—. ¿Te parece?

Ethearis apretó el puño y el brillo cesó.

—No me he quedado en este mundo para perder el tiempo, hay una guerra que ganar, pero, que os quede claro, no toleraré ninguna acusación ni amenaza. —Me señaló—. Él es el único humano en el que confío.

Inspiré despacio y recorrí a los tres con la mirada.

—Salgamos del punto muerto —dije, tras mirar la cápsula en la que Mesyak estaba sumida en un sueño inducido—. Ethearis lleva luchando en la guerra contra los que están detrás del loco muchos más años que la suma de los que hemos vivido. Sin ella, no ganaremos. —Me acerqué a Ítmia—. Me odias y no te culpo. Crees que tendría que haber evitado lo que le pasó a Sastma. —La capitana de Jarmuar apretó los puños dominada por un impulso inconsciente—. No te voy a pedir que no me odies, quizá lo merezca. Tampoco te voy a pedir que no la odies a ella. —Miré de reojo a Ethearis, que se había cruzado de brazos—. Pero estamos juntos en esta guerra. Hace un día viniste para que me uniera, para que luchara a vuestro lado, y estoy aquí para eso. Así que, a partir de ahora y hasta que venzamos, todo lo que ha pasado antes es como si no existiera. — Gormuth asintió—. Démonos una tregua. Una que necesitamos para obtener la victoria.

Ítmia contuvo todo lo que pudo la ira, cerró los ojos e inspiró con fuerza. Soltó el aire de golpe, abrió los párpados y afirmó con un ligero movimiento de cabeza.

—Hasta que acabemos con el loco —contestó, antes de mirarme a los ojos—. Pero ella no vendrá en mi grupo. No la quiero a mi lado.

Giré la cabeza y observé el desden con el Ethearis observaba a Ítmia.

—Tenemos que dividir nuestros ataques —respondí y volví a mirar a Ítmia—. Así que por ahora no tendrás que tenerla cerca. Pero cuando llegue la gran ofensiva, no te quedará otra que superar tu reticencia a que luche a tu lado.

Cuando muera el solKde žijí příběhy. Začni objevovat