Capítulo 12

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En las últimas semanas, cuando no interpretaba el papel de Salter, me resguardaba en los refugios que nadie más conocía. Aunque en ese momento me incomodaba un poco pensar en ello por el hombre en el que me quería convertir para saldar mi deuda, como las tumbas de los emperadores del pasado que quedaban ocultas por siempre porque a los enterradores se les cortaban las cabezas, los constructores de los refugios encontraron sus muertes al terminar mis encargos y sus cuerpos permanecían emparedados en sus últimas obras.

—No puedo cambiar lo que hice... —susurré con cierto pesar mientras posaba la palma en el hormigón, agachaba la cabeza y miraba de reojo uno de los muros del sótano—. No os puedo devolver la vida... —Se escuchó un leve pitido; parte del revestimiento se quebró y quedó a la vista una gruesa compuerta—. Lo único que puedo hacer es liberar la ciudad y evitar que más como vosotros mueran a manos de otros monstruos. —Inspiré despacio, esperé a que la entrada se abriera y caminé para adentrarme en el refugio—. Al menos vuestras familias, vuestros hijos y sus hijos vivirán en un lugar mejor.

Las luces titilaron varios segundos antes de que la estancia se iluminara. Cuando la compuerta se cerró, dirigí la mirada hacia una pequeña pantalla y comprobé cómo el hormigón se recomponía y ocultaba la entrada.

Escuché un tenue zumbido, me giré y los hologramas de seguridad se activaron y cubrieron la estancia con los brillos amarillentos que proyectaron.

Aunque creí que nunca llegaría a pasar, durante muchos años me preparé para el peor de los escenarios. A escondidas de los jerarcas, de Jarmuar y Sebasta, poco a poco construí mis propios sistemas de vigilancia. Pagué fortunas para aprovecharme de las debilidades de los monitoreos de los jerarcas, quitando los satélites, que los mantenían inexpugnables por temor a otras ciudades, interceptaba con cierta facilidad las comunicaciones y el flujo de datos. El sistema de descifrado me permitía espiar sin ser descubierto; allí era un fantasma.

Al cabo de varios segundos, después de que el escaneo no revelara ninguna amenaza en las calles que rodeaban el edificio abandonado, los hologramas se apagaron y los monitores, los paneles y los muros recubiertos por metal quedaron iluminados por tonos más blanquecinos.

Chasqueé los dedos para que las placas de las paredes se voltearan y se mostrara el arsenal, los utensilios y la indumentaria de guerra.

—Es hora de cazar —pronuncié en voz baja nada más alcanzar el traje de combate y acariciar el blindaje.

Un indicador rojo y un leve pitido me llevaron a girar la cabeza y a centrar mi atención en una alerta del sistema de defensa de los jerarcas. Me acerqué rápido al panel que mostraba la alarma, activé el holograma y contemplé un ataque a un puesto fortificado de uno de los muros que el loco del chubasquero había mandado construir alrededor de la ciudad.

El ataque era inútil para quebrar las defensas, seguro que los atacantes lo sabían, pero los líderes de otras ciudades se habían unido en una gran alianza para mostrar una posición de fuerza ante el usurpador.

Les daban igual los crímenes del loco del chubasquero, si había matado a miles, lo único que les importaba era que tenía el control de la ciudad y que creaba un peligroso precedente. Las purgas en sus ciudades escalaban junto con la paranoia que nublaba sus mentes. La propaganda que emitían sin cesar incidía en los castigos a los "traidores". Estaban aterrados y lo pagaban con los inocentes. No querían que el ejemplo de un golpe exitoso fuera seguido por otros y que sus cabezas acabaran en picas cubiertas por los escupitajos de los oprimidos.

Al combatir contra el loco del chubasquero, una de las cosas que aprendí por las malas fue que sus actos en apariencia erráticos formaban parte de un plan orquestado a la perfección. Consiguió vencer e imponerse sin grandes pérdidas, sometió a los restos de las tropas de Jarmuar, a los clanes divididos de los antiguos soldados de Sebasta y forzó al Puño a arrodillarse. Por eso, la desmedida reacción de los déspotas de las ciudades vecinas no la veía como una reacción no calculada. Sin duda, esa represión era parte de su plan. Aunque lo odiaba, reconocía que era un gran estratega y había acabado con nosotros aprovechándose de nuestros puntos débiles.

Cuando muera el solWhere stories live. Discover now