Capítulo 14

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Traspasé la ventana dimensional y aparecí en la azotea del edificio donde se encontraba Theradag Noanle. La rabia me poseía; el deseo de estrangular a esa sucia bastarda mientras le hundía una y otra vez un puñal electrificado en las costillas era gratificante. Merecía todo el sufrimiento del mundo.

Me acerqué a la cornisa, calculé las plantas que me separaban de mi presa y saqué dos pequeñas puntas de metal de uno de los bolsillos del chaleco.

—Voy a disfrutar con cada grito que te arranque —mascullé, antes de hundir las puntas en el hormigón de la azotea.

Activé las piezas metálicas y dos láseres, uno verde y otro rojo, surgieron de ellas y se entrelazaron, tornándose gruesos y creando una soga de energía. Modifiqué el guante para ser capaz de sostenerla y uní la cuerda energética a la parte baja del chaleco. Giré la cabeza, observé la calle y inicié una cuenta atrás.

—Vas a pagar —pronuncié entre dientes, antes de saltar al vacío.

La gravedad tiró de mí y los ventanales pasaron por delante con mucha rapidez; la visión del edificio se deformó por la caída. Cuando acabé la cuenta atrás, cogí la cuerda energética, modulé la polaridad hasta alterar el flujo y conseguir que se endureciera más y detuviera el descenso.

Durante un instante, en el que el tiempo pareció volverse eterno, estuve cara a cara con Theradag Noanle —ella tras el cristal y yo fuera del edificio—. Modulé la polaridad para generar una inercia que me balanceara hacia atrás; en el momento en que la cuerda se tensó lo suficiente y me echó hacia delante, la desacoplé y aumenté la densidad de las placas de blindaje del traje.

Theradag Noanle se resguardó detrás de un gran sofá mientras una lluvia de cristales estallaba en la habitación al mismo tiempo que yo atravesaba el ventanal. No le di tiempo de reaccionar a la asesina; estaba rabioso, deseaba herirla, ansiaba escuchar sus gemidos. Necesitaba empezar cuanto antes con la tortura.

—No tendrías que haber aceptado el trabajo. —Mientras las placas de metal de la indumentaria de guerra recuperaban su densidad, desenfundé la pistola y vacié un cargador—. Sellaste tu muerte cuando lo aceptaste. —Modulé los visores para verla detrás del sofá, pero una perturbación la ocultó durante un instante—. Un campo de disrupción...

Theradag Noanle, con su traje de combate acorazado protegiéndola y con un escudo azul extendido a su alrededor, habiendo aprovechado para activar contramedidas, se levantó lo suficiente para empujar el sofá y lanzarlo contra mí. Apenas me dio tiempo de esquivarlo, salió disparado hacia la calle por el ventanal roto.

Esa sucia asesina disponía de un sistema cinético, lo que le permitía impulsar los objetos a gran velocidad con solo tocarlos; sus puños, codos, rodillas, tibias y suelas serían mortales impregnados con esa energía. Debía evitar el cuerpo a cuerpo.

Nos examinamos como dos animales sedientos de sangre que están a punto de demostrar quién tenía derecho a existir. Éramos dos personas desatadas en su salvajismo, dispuestas a destrozar al oponente y no dejar ninguna parte de su cuerpo reconocible.

Alcé la pistola con el modo de explosión activo, pero Theradag Noanle me lanzó tres diminutos discos energizados que me golpearon los dedos, el dorso de la mano y también impactaron en el arma. La pistola cayó a la moqueta y la asesina corrió hacia mí.

Sentí la vibración alrededor de su cuerpo cuando cogió impulso y saltó. El aire tembló y un cuadro holográfico, sacudido por la onda, se descolgó; la energía cinética recorría la armadura. Activé el escudo, aumenté la densidad de las placas blindadas tanto que el suelo a mis pies se agrietó y me preparé para el impacto. Su rodilla golpeó la barrera de energía y casi la colapsó. El impulso del impacto me empujó hasta el borde del ventanal roto.

Cuando muera el solWhere stories live. Discover now