Capítulo 18

111 36 140
                                    

Abrí los ojos, percibí el aroma del café recién hecho y dirigí la mirada hacia el otro extremo del mármol de la cocina. Los rayos de primera hora de la mañana atravesaban la ventana y dotaban de tonos cálidos a las baldosas blancas de las paredes.

Parpadeé, agaché la cabeza y traté de averiguar qué hacía ahí. No sabía lo que había pasado, no alcanzaba más que a rozar algunos recuerdos borrosos.

—Bluquer, no tenemos todo el día. —Me giré y me quedé paralizado al ver al hombre que entraba en la cocina con una taza humeante en la mano—. Tenemos que estar ahí en menos de veinte minutos. —Dio un pequeño sorbo y la saboreó—. Sírvete un poco. —Me señaló la cafetera con la mano que sostenía la taza—. Está recién hecho con los granos molidos que encargué de Shustmur.

Me fue imposible apartar la mirada del rostro marcado por las leves arrugas que denotaban el paso de los años.

—Papá... —pronuncié con un hilo de voz.

Mi padre sonrió, dejó la taza en la mesa alargada que ocupaba la zona central de la cocina y se acercó.

—¿Papá? —Puso una mano encima de mi hombro—. Hacía mucho que no me llamabas así. Tú madre se reirá cuando se lo cuente.

—¿Mamá? —pregunté, confundido.

—Vamos hijo, ¿qué te pasa hoy? —Se separó, dio unos pasos, cogió la cafetera y sirvió una taza—. No creí que la pedida de mano formal te pondría nervioso.

Aunque no recordaba lo que había pasado antes de aparecer ahí, tenía la sensación de que nada estaba bien.

—La pedida de mano formal —repetí mientras cogía la taza cargada de café—. ¿Quién se va a casar?

Mi padre rio y me dio una palmada en la espalda.

—Menos mal que no fui a la despedida que te prepararon los chicos. Ya me olía que ibais a acabar así. A saber, qué tomasteis.

Entre risas, se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.

—Papá, espera. —Alcé la mano en un impulso inconsciente preso de un temor irracional a que desapareciera convertido en un montón de polvo entre recuerdos—. Quédate.

Mi padre se detuvo, giró la cabeza y me miró.

—Bluquer, no voy a ir a ningún lado, solo a terminar de arreglarme. Jarmuar y Sastma nos están esperando. Tómate el café, a ver si pasa ya el efecto de lo que te dieran ayer los chicos y vuelves a ser tú. —Me observó con una mirada tierna—. Estoy orgulloso de ti, hijo. Siempre lo he estado y siempre lo estaré.

Sonrió, contuvo la emoción y salió de la cocina y se perdió por el pasillo. Aparté despacio la mirada de la puerta y la dirigí hacia la claridad de la ventana. Todo era tan extraño... Traté de recordar cómo acabé ahí, lo hice mientras observaba un gran árbol a través del cristal, pero, en el momento en que casi logré alcanzar los recuerdos más profundos y obtener respuestas, una sensación cálida alrededor del dedo anular me apartó de mis pensamientos. Alcé la mano y vi el anillo dorado que llevaba puesto. Confundido, lo cogí y me lo quité.

—Te amaré siempre —leí la diminuta inscripción grabada en el anillo.

No supe cómo reaccionar; inmóvil y en silencio, contemplé el grabado durante un par de minutos. Lo único que me sacó de mi abstracción fue ver a mi madre detenerse un segundo en el pasillo, justo a la altura de la entrada a la cocina.

—Venga, campeón. Mueve el culo, que nos esperan.

Guiado por un impulso que nació en lo más profundo de mi ser, caminé rápido para seguirla. Necesitaba estar cerca de ella, abrazarla, decirle cuánto la amaba, pero mis deseos se desvanecieron al salir de la cocina. Las paredes cubiertas con papel pintado y los tablones del suelo se convirtieron en ceniza, los bordes de las grietas que recorrieron el techo en ascuas y mi madre se difuminó hasta no ser más que una neblina polvorienta.

Cuando muera el solWhere stories live. Discover now