—No es mío, es de mi hermanastra, Jimena. Se llama Trufo.

—¡Trufo! ¡Pues que sepas que ahora es mi miembro favorito de toda tu familia! ¡Dios, ya lo quiero muchísimo!

Dejo que Trufo y Salva sigan conociéndose y rodando por la alfombra.

Después de los casi veinte minutos de rigor, empiezo el tour de mi casa para que Salva la vea porque recuerdo perfectamente que él es un completo cotilla. De vez en cuando el chico deja escapar un suspiro de admiración o hace una foto "para enseñársela a Jonathan, que va a flipar" o se pregunta cómo cojones alguien puede gastarse un dinero en algo tan absurdo. También me llama niñato pijo y Cayetano todo el rato.

—¿Sabes? Me hace muchísima gracia que me llames Cayetano porque uno de mis compañeros de clase se llama así.

—¿En serio? —pregunta Salva—. ¿Está bueno? Porque igual me he equivocado contigo...

—Es pelirrojo y un tío súper inteligente y calculador y sí que es guapo, sí... —bajo la cabeza un poco para después alzarla de nuevo—. Creo que es el primer chico que me ha gustado en la vida real. Ya sabes, admiración y fascinación sin límites y alguna otra cosa. Ya no me gusta.

—¿Porque ahora quien te gusta soy yo? —inquiere Salva.

—Porque ahora quien me gusta eres tú —admito—. Y, bueno, porque el tío es una mierda de persona y como me toca fingir que soy su amigo cada vez le odio más.

—Entiendo. La tuya es una vida de engaños y mentiras...

—Eso parece —suspiro—. Venga, ¿te enseño mi cuarto?

Salva casi da un salto de la alegría y yo le agarro de la mano para llevarle a mi cuarto. Ahí, Salva se deja caer encima de mi cama, estirando los brazos y las piernas, y mira a su alrededor con los ojos brillantes.

—Está un poco vacía, ¿no?

Yo me encojo de hombros. Tardé una semana en decirme a pintarla de color verde menta, pues Ricardo no dejó de insistir en que no podía vivir en una habitación con las paredes blancas, carentes de personalidad. Hay también una televisión enganchada en la pared, reproductor de música de última generación y una estantería con algún libro. El resto es el escritorio, el armario empotrado y el ordenador de sobremesa.

—Sí, supongo que sí —digo.

—No tienes ni pósteres ni nada, mi habitación siempre está llena de mierda... —comenta Salva.

—Tendrías que ver la habitación de Jimena, esa sí que está llena de pósteres y de mierda... Pero, sí. La verdad es que cuando llegué aquí no pensé que me quedaría por mucho tiempo —reconozco, divagando de nuevo—. Y luego los años han ido pasando y sé que me iré en cuanto acabe bachillerato y tampoco tengo ganas de decorar para eso...

—Aún quedan casi dos años para que acabes bachillerato —comenta Salva, poniéndose de pie y observando la estantería detenidamente—. A ver, las fotos. Tu madre, tu padre y tú, ¿no? En la Ciudad de las artes y las ciencias, pensé en llevarte ahí hoy, pero lo de Gulliver es mucho más original... ¡Qué adorable eras de pequeño! ¡Que mofletes!

Yo sonrío, observando la foto también. Papá me coge de un brazo y mamá de otro y a mí apenas se me ven los ojos de tanto sonreír.

—¿Y esta? ¿Esto es Disneyland? —pregunta Salva.

—Fuimos para el doceavo cumpleaños de Jimena —explico.

—¡Ya me jodería! ¿No te trajiste ni un mísero peluche contigo? —pregunta. Yo niego con la cabeza. En la foto, estoy un poco apartado del resto, frunciendo el ceño. Mamá está apoyada sobre el hombro de Ricardo, los dos con diademas de orejas de Mickey Mouse y Jimena está en el medio, vestida entera de princesa.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICOWhere stories live. Discover now