11. DARÍO

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🎵 Cada dos minutos- Despistaos 🎵

En la última semana he soñado con Salva casi cada noche. Bueno, no con el Salva de ahora, en realidad, sino con el Salva que vivía en el piso de arriba. He recordado cómo me sentía entonces, cuando tenía diez años y él era la única persona en la que podía confiar. Papá también aparecía en mis sueños, claro. A veces el hombre gritaba, con la cara desencajada y las manos cerradas en puños. A veces en mi sueño se presentaba mi padre más amable y protector, ese al que echo de menos cada día. En otros sueños regresaba al día del funeral y podía ver las caras de todo el mundo excepto la de mi padre.

Ahora, desde que he llegado a la fiesta, no he podido dejar de mirarle. A Salva, digo.

Porque el tío irradia luz: es amable, bromea constantemente con sus amigos y parece feliz y seguro de si mismo. No tiene miedo a la hora de besarme o a la hora de confesarme que le gusto. Parece tan contento al verme... Y me veo a mí y yo no soy nada como él. No soy nada como su grupo de amigos y todos ellos irradian cosas buenas. ¿Me habría convertido en alguien como ellos de haber permanecido en el barrio? ¿Cómo habría crecido yo de no haberme separado de Salva?

Porque sé que la muerte de mi padre, la marcha del barrio, el que mi madre conociese a una persona como Ricardo... todo eso nos salvó la vida. Nos permitió alejarnos de una mala situación que podría haber acabado con nosotros.

Y sin embargo... sin embargo yo me miro y no soy tan amable, ni tengo tantos amigos, ni estoy tan seguro de mí mismo en ningún aspecto y desde luego no soy tan feliz. ¿Qué he hecho mal por el camino?

Ha debido ser culpa mía.

Durante el tiempo que hemos pasado bailando no he podido dejar de mirar a Salva. Ya no es solo que esté guapísimo a pesar de estar disfrazado de perro con correa incluida... Ahora siento una genuina curiosidad por lo que pueda contarme y por volver, a través de él, a lo que fue mi vida anteriormente.

Espero a la excusa indicada para marcharme con él. Es todo lo que deseo. Me quiero dejar arrastrar por lo que sea que tenga que decirme a la oreja. Y él parece saber qué pienso porque aprovecha para decirme que él tampoco se ha quitado de la cabeza ese día en el que me conoció en el portal de casa. Son tantas las cosas que necesito que me responda...

Pelayo me habla y yo no le escucho. Isaac y Jonathan me hablan, pero ninguna de sus palabras atraviesa mi mente. Solo puedo pensar en Salva, solo puedo escuchar a Salva, solo deseo bailar con Salva. Son tres los cubatas que he ingerido a su lado en la mesa, mientras que él apenas ha dado unos cuantos sorbos. He bailado. Me he reído cuando él lo ha hecho y he sido paciente... he sido jodidamente paciente porque en ningún caso seré yo quien lleve la iniciativa. Yo me dejaré llevar, pero no puedo ser yo quien le arrastre.

Me ha dicho al oído:

—Tengo algo que enseñarte —y yo no he respondido, simplemente he esperado a que fuese más insistente y que, tras unas cuantas palabras, me agarrase del brazo por fin.

No sé en qué debía estar pensando él, pero tampoco se ha despedido de nadie. Solamente ha estado pendiente de mí: de mi mano, de entrelazar mis dedos con los suyos.

Fuera del local, alejados de la música me ha preguntado:

—¿Estás bien?

—¿No llevas toda la semana insistiendo en salir conmigo? —he respondido—. Por fin lo has logrado, ¿no?

—Ya, pero si tú no quieres no me vale —ha dicho. La música sonaba lejos de nosotros, pero aún así se ha acercado a mi oído para hablarme.

—Quiero —he dicho, sin pensarlo. Y después he avanzado hacia él para romper el espacio, incapaz de contener las ganas de besarle.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora