—Ya, ya. Pero bueno, que ya te digo yo que es verdad, que calo a la gente enseguida. Pelayo, por ejemplo. Ese tiene muchísima pluma.

Siento un retortijón en el estómago.

—No sé —comento.

—Pues si no lo sabes tú, que pasáis tanto tiempo juntos...

—Bueno, no sé porque yo no me ando fijando en esas cosas —digo, exasperado—. Quiero decir a mí me la sopla que alguien sea hetero, gay o lo que sea, ¿sabes?

—Sí, sí, si a mí también me da igual lo que haga cada uno con su vida. Mientras a mí se me respete...

La frase queda inacabada y mi mente olvida de manera momentánea todas las veces que he sentido admiración por Cayetano porque ahora solo desearía tenerle delante de mí, darle un puñetero tiro en el culo y dejarlo tirado en el suelo llorando y agonizando... vamos, no me acercaría a él para tocarle ni con un palo.

El pelirrojo va a decir algo, pero justo en ese momento aparece corriendo Adrián, otro de mis compañeros de clase, con quien también solemos ir a las prácticas de tiro. El chaval se abalanza a mi lado con tanta violencia que está a punto de caer encima de mí y, aunque me alegro de que haya venido para poder cambiar de conversación, me reafirmo también en mi idea de que hay gente a las que no se les debería dar un arma.

***

El entrenamiento ha acabado y ya me he despedido de Cayetano y Adrián. Estoy a punto de entrar en el coche del chófer de mi padrastro, que ya me espera en la puerta del club para llevarme a casa, cuando recibo un mensaje de Pelayo.

PELAYO: ¿Te ha llegado algún mensaje de Jonathan?

Me quedo paralizado en la puerta del coche y tardo unos instantes en responder.

DARÍO: ¿Qué? No. ¿Por qué?

PELAYO: ¡¡¡Me ha invitado a una fiesta de Halloween la semana que viene!!! ¡Tenemos que ir!

Mierda, mierda, mierda; pienso cuando entro en el vehículo. Mierda, mierda, mierda; me repito.

Hay pocas cosas con las que no le puedo decir que no a Pelayo y esta ha de ser una de ellas. Pelayo no es una persona con muchos amigos y menos aun alguien a quien inviten a las fiestas así que puedo imaginar lo feliz que tiene que ser ahora mismo. No puedo ser yo quien le rompa la ilusión al decirle que no vamos a ir y tampoco puedo explicarle las razones por las que por nada del mundo querría ir a esa fiesta.

Joder, joder, joder, me repito mientras entro en el coche y me pongo el cinturón de seguridad. Mierda, mierda, mierda. La rabia está bullendo en mi interior y comprendo en ese momento que tengo que hablar con Salva. Necesito hacerlo. Necesito una explicación.

—Esto... Daniel... —titubeo, llamando la atención del chófer—. ¿Sería mucha molestia si me llevas a un sitio distinto a mi casa?

El hombre me mira a través del espejo delante de su cara.

—Depende de donde sea —responde con seriedad.

—Querría ir a casa de un amigo —miento—. Hay algo que tengo que darle. Solamente serán unos minutos.

—Claro, ¿dónde vamos entonces?

Respondo la dirección con la voz queda. El conductor hace una mueca y después cambia la sintonía de la radio en la que empieza a sonar la canción Welcome to the jungle de Guns N' Roses.

Yo me hundo un poco en mi asiento y en vez de responder a Pelayo o entrar en mis redes sociales para distraerme me dedico a mirar por la ventana. El clima parece captar que estamos aproximándonos a uno de los barrios más feos de la ciudad: juraría que está empezando a llover. El coche pasa por delante de mi antiguo colegio: las paredes grisáceas repletas de manchas que surgen a modo de humedades cada vez que cala la lluvia, los patios carentes de mobiliario más allá de una cancha de baloncesto y unas porterías, ese árbol en el que una vez grabé mi nombre con una navaja... Escucho gritos y risas de niños en el patio jugando al fútbol, aunque sea fin de semana... es algo que ya hacíamos Salva y yo cuando iba al cole, colarnos en el patio los sábados por la tarde.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICOWhere stories live. Discover now