—¿Amor? ¿Has escrito eso por Darío? ¡Claro, si su instituto está ahí delante! —sigue gritando Raisa—. Y yo que pensaba que me acompañabas querer nada a cambio, solo porque eras un buen amigo...

—Eh, yo soy buen amigo —trato de excusarme—. ¿Pero cuándo he hecho yo nada sin querer algo a cambio?

—Tío, pues por eso mismo no eres un buen amigo...—suspira Raisa, haciendo un mohín.

—Tú tampoco eres una buena amiga si no me apoyas con esto —replico yo—. ¡Entiéndeme! Tengo que encontrar la manera de volver a contactar con Darío...

—¿Y pintar un grafiti con la palabra Amor delante del instituto es lo mejor que se te ha ocurrido? —pregunta Raisa reemprendiendo el camino.

Yo corro hasta alcanzarla y digo:

—Pues, mujer, sí, queda claro que es lo mejor que se me ha ocurrido.

No me dirige la palabra en todo el trayecto de vuelta. Tampoco cuando llegamos a su casa y nos comemos el desayuno que ha preparado su madre. Yo hago un esfuerzo y me callo también, pues sé que cuando Raisa está enfadada, es mejor no decir nada y esperar a que el cabreo se le pase solo.

Y así es. Una vez ponemos pie en el instituto, juraría que mi amiga me ha perdonado por completo. Ya me habla y lo hace sin rastros de ironía o de mosqueo, pero sí que parece algo resignada. Sé que Raisa solo quiere lo mejor para mí y si no le gusta Darío es porque no quiere que me haga daño... pero, bueno, hace tiempo que decidí que eso no me importa. Que sí que me jode, claro, que a nadie le gusta que le hagan daño, pero desde luego eso no me va a frenar. Si tengo que ser un imbécil enamoradizo al que le rompen el corazón todos los meses... pues que así sea.

Isaac nos espera ya en la entrada al instituto, donde todo son gritos y risas y la gente se reúne en grupos en los que conversan sin cesar retrasando el momento de entrar en el centro. Él parece que ha llegado aquí corriendo, porque tiene la cara algo perlada de sudor y la mochila colocada en el suelo a sus pies, sujetándola con el brazo por una tira. Besa a Raisa en la mejilla a modo de saludo y a mí me da un abrazo corto. Después, se coloca bien la mochila raída y nos agarra a ambos por los hombros para impulsarnos a la entrada.

Sigue así hasta que llegamos al pasillo y la posición a la que nos somete es tan incómoda que estamos a punto de caer los tres.

—¿Has podido pintar tu mural, princesa? —pregunta Isaac.

—Sí, claro que he podido, te puedo enseñar la foto ahora mismo... —dice Raisa, orgullosa.

El pasillo está lleno de vida, de mochilas tiradas en el suelo, de papeles arrugados, incluso de un rincón con lo que parece agua encharcada de dudosa procedencia. Seguimos caminando y yo saludo a un par de compañeros de clase mientras otros tantos me miran y murmuran detrás de mí.

—¿Qué te pasa? —espeta Isaac a un chaval que nos está mirando, interrumpiendo a Raisa, que le estaba enseñando la foto de su grafiti—. ¿Por qué nos mira esta gente?

—No nos miran, solamente están mirando a Salva, que no se cansa de llamar la atención —suspira Raisa, señalándome el cuello.

No sé cómo debe estar Darío hoy, pero, desde luego, él a mí me dejó más marcado que una víctima de Edward Cullen. Tengo un par de chupetones que no me he molestado en esconder ya que llevo una camisa de color rosa salmón con el cuello más abierto de lo que sería necesario. También llevo la cadena plateada, claro, y he terminado por vestirme con unos pantalones vaqueros que dejan mis rodillas al descubierto. ¿Soy una fashion victim? Evidentemente.

—Chica, para una vez que ligo, tendré que lucirlo —digo, sonriente.

—Pues claro que sí, hombre ya... —comenta Isaac—. Y a mí me das un poco de envidia.

Perdona si te llamo Cayetano | A LA VENTA EN FÍSICOWhere stories live. Discover now