—Ayer —resaltó.

—Y lo odio porque se suponía que sería un buen día.

—Podemos tomar unas tijeras y recortar las partes malas, las que no gustaron, mi amor —sonrió, dándole besitos en los labios—, y colocar las partes más lindas en nuestro álbum. Eso es lo que haremos, amor.

—Quiero darte algo porque ya no soporto más la espera. Me hubiese encantado dártelo ayer.

El corazón de ella se despertó de golpe, avisándole al resto del cuerpo lo que estaba a punto de pasar.

—Ya no pienses en términos de ayer —sonrió, tomándolo de la mano.

Entonces, Colin sacó del bolsillo de su jean azul el tesoro que ella se había encontrado anoche.

—Te lo compré durante el almuerzo —contó, y su voz bajó corriendo de un cerro, se puso nervioso, y eso no tenía sentido para él. Abrió la cajita, enseñándole un pequeño anillo de oro y diamante amarillo. No era llamativo, no era la clase de anillo de compromiso que el resto esperaría de ellos, pero había sido cuidadosamente elegido por él, para que ella se sintiera a gusto usándolo el resto de su vida—. ¿Te gusta?

—Colin —cubrió su boca con sus manos—, es perfecto —dijo, a nada de ponerse a llorar. Superó cualquier expectativa que pudo haber sembrado después de hallar la cajita del tesoro. Era amarillo, cielos, era amarillo. Colin la tomó de la mano, tomó el anillo, colocándoselo en el anular izquierdo, después le besó los nudillos.

—Mi nena... —dijo, al ver que Emma no pudo evitar lagrimear.

—Te amo —lo abrazó y miró su anillo detrás de la espalda de él.

—Te amo bien —cerró sus ojos, hundiendo sus dedos entre el cabello de ella.

—No puedo esperar —lo abrazó más fuerte, cerrando sus ojos también.

—¿Qué tal si...? —se apartó lo suficiente para verla a la cara—. ¿Qué tal si almorzamos juntos? Y entonces hablaremos sobre nuestra boda. Yo tampoco puedo esperar, corazón. Ya quiero ser tu esposito.

Emma sonrió entre lágrimas, le dio un besito, y dijo:

—Sí, almorcemos juntos.

—Busca un restaurante, el que más te guste, y nos vemos ahí.

—¿Puedo llevar a mi niña?

—Me enojaré si no la llevas.

Se rieron, mirándose, y ella se secó las lágrimas.

—¿Podemos tener una libreta para hacer de esas listas?

—Podemos tener dos libretas —sonrió, besándole los nudillos.

—Creo que con una nos basta.

—De acuerdo —asintió.

—Ya quiero que sea la hora del almuerzo, Cole.

Colin la agarró del mentón y se dieron un largo beso de despedida.

Nada era como lo hubiesen imaginado, todo era mejor. No era un compromiso de lujo en una playa paradisiaca, no tenían un cartel o velas en la arena, ni siquiera un enorme diamante en el que reflejar sus sonrisas. Sin embargo, tenían una rosa de papel hecha por él, el sirope favorito de ella, y un amor del bueno que les hacía bien y que cada día se expandía más como el mismo Universo en el que vibraban en una armonía celestial.

Él se marchó, y ella se quedó pensando en que tenían tanto de qué hablar, tanto que planear.

¡Era una sensación única que no podía explicar!

Las Cenizas De Emma© #3Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu