6.0 La Visita

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"Las puertas que abrimos y cerramos cada día deciden las vidas que vivimos" – Flora Whittemore

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"Las puertas que abrimos y cerramos cada día deciden las vidas que vivimos" – Flora Whittemore

> XII <

Una familia problemática

El frío se dejó caer con fuerza a principios del penúltimo mes del año. Las brisas heladas que amenazaban con un invierno temprano enrojecían las mejillas de los guardias que avanzaban junto a la caravana por los caminos endurecidos de la región. Para la mayoría de ellos esta era su primera visita a la Ciudad Imperial, y la idea de poder ver de cerca la ciudad dorada en la que vivía el Clan Sombra resultaba inexplicablemente atrayente, pero la emoción del acontecimiento fue diluyéndose lentamente conforme el frío de la región se pegaba a sus túnicas hasta calarles los huesos y el paisaje de un gris apagado hacía mella en sus ánimos.

Y no eran los únicos que empezaban a resentir el viaje.

—¡Papá! —gruñó una voz diminuta emergiendo de entre el puñado de pieles colocados en uno de los asientos del carruaje—. ¡Papá!

—¿Qué pasa? —respondió una voz paciente sentada en el asiento opuesto al puñado de pieles. Dos adultos viajaban ahí compartiendo otra piel sedosa de color blanco de forma que lo único que se veía de ellos era la cabeza de la mujer sobre el hombro de su acompañante.

—¿Cuánto falta? —gimoteó la voz diminuta en tono lastimero causando que el hombre en el carruaje abriera los ojos.

—Menos desde la última vez que preguntaste.

—¡Papá!

—Falta poco para llegar a la siguiente villa, cariño, habrá una bonita posada, comida caliente, incluso un baño si así lo quieres-

—¡No más posadas, papá! ¡Estoy harta de las posadas!

—En ese caso tal vez sea mejor seguir viajando toda la noche.

—¡No! —gritó la voz diminuta al tiempo que se sacudía de las mantas y asomaba la cabeza. La diadema del pelo se le había deslizado de la cabeza provocando que su melena color miel se elevara en mechones desiguales—. ¡No!

—Cariño-

—¡Mamá!

Fue el turno de la mujer para abrir los ojos y mirar a la chica. Contemplo con afecto el rostro de duendecillo con su boca fruncida y las cejas delgadas enmarcadas en dos arcos furiosos.

—¿Qué pasa, cariño mío? —preguntó con afecto y el tono maternal ablandó a la chiquilla cuyo rostro pasó de la ira a la desdicha en cuestión de segundos.

—Ya no quiero estar en el carruaje.

—Pero te encantan los carruajes.

—¡No! Ya no... ya no me gustan. Los odio. Por favor, mamá, tengo frío, tengo hambre, me duele la espalda, me duele las manos, me duele la cabeza, tengo nauseas-

HanamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora