5.17. Entendimiento

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Título Alternativo: En el que Mirio y Neito se ponen de acuerdo.

[...]

En lugar de cambiarse y darse un baño, Denki se lavó la cara, el cuello y las manos con el agua aromatizada que le trajeron las sirvientas; después se pasó dos horas escuchando al maestro divagar sobre los principados que se diluyeron cuando algún Emperador anterior consiguió unirlos bajo su gobierno y como gracias a ello se había establecido el consejo de nobles. Era una lección pesada y aburrida que llevaba días en curso mientras discutían antiguos tratados y privilegios, y la única razón por la cuál Denki no empezaba a cabecear apenas se hartaba era porque Neito había sido categóricamente claro en que era un tema de suma importancia, así que había puesto todo su esfuerzo por prestar atención y gracias ello empezaba a comprender el por qué su hermano se desvivía por complacer a ciertos nobles y por qué el asunto de los Torikin había puesto a su padre frenético.

Necesitamos su dinero, había dicho Neito. Todas las familias nobles pagaban impuestos por sus negocios y propiedades, pero también pagaban tributo a las arcas del imperio. Algunas habían ofrecido prestamos a la corona y otras entregaban bienes y artículos como muestras de buena voluntad, a cambio recibían concesiones y otro tipo de cosas. Si bien la familia imperial poseía propiedades y negocios a lo largo de todo el imperio, había cinco familias nobles que se disputaban constantemente el puesto número uno en la lista de los ricos y famosos: Hado. Torikin. Yoarashi. Toyomitsu. Tsuburaba. O como Denki había descubierto (tras mucha prueba y error): El Elaphus. El Calamar. El Aguila. La Pareja de Serines. El Lobo.

Esas cinco familias controlaban a su vez una porción de los votos de las casa menores, es decir que conseguían inclinar la balanza en un favor u otro (o podía causar revuelos innecesarios). De todos ellos Denki había logrado ganarse a dos según su marcador en el juego de la corte (El Águila y los Serines), eso dejaba a todos los demás bajo el poder de su padre y de sus propios intereses (como solía decir Noche). Los Hado habían dejado claro que no consideraban a Denki como alguien de interés, habían sido extremadamente groseros en una de sus visitas y dada la forma como él les había contestado dudaba que quisieran cultivar su amistad. Los Tsuburaba, que habían asistido a la primera reunión no habían vuelto a la segunda, y como eran aliados de los Hado era posible que tampoco quisieran nada con Denki. Eso dejaba a los Torikin, a quienes posiblemente había ofendido enviando un regalo de cortejo para su hijo, y a quien el Príncipe Heredero seguía ignorando en el asunto del matrimonio con su hija.

Neito estaba, comprensiblemente, furioso, y ahora que Denki entendía el por qué, tenía ganas de volver en el tiempo para pellizcarse por su impulsividad.

La primera vez que decido llevarle la contraria al Emperador y termino metiéndome en problemas.

Se sacudió la pereza a tiempo para despedir a su maestro, después le tocó sentarse con la mujer que pretendía convertirlo en una buena y bonita esposa. Gracias a ella había descubierto que le daba por inclinarse cuando estaba comiendo, que se reía descaradamente y que solo sabía bailar si alguien más lo llevaba. La mujer tenía incontables reglas que repetía sin cesar, y Denki le prestaba toda la atención del mundo por qué ahora que planeaba hacer vida social lo que menos quería era causar otro escándalo. Una de las primeras cosas que hizo fue aprender el protocolo de los regalos hasta el punto en que se memorizó todas las opciones posibles para no volver a equivocarse de nuevo. Al terminar con ella Denki le dio las gracias y después se fue al jardín a recoger a Hono –que solía corretear por ahí en busca de suculentos insectos para comer– antes de encaminarse hacia la habitación de Neito.

Tras semanas de convalecencia su hermano seguía en cama, pero su aspecto había mejorado mucho pues había dejado de abrirse las heridas cada vez que intentaba levantarse, permitía que las sirvientas le cambiaran los vendajes a sus horas, dormía sin interrupciones, y comía bien y de forma regular. La tensión –o tal vez el espanto– del ataque se había ido mitigando hasta que Neito volvía a ser el mismo muchacho afilado y necio que conociera desde el primer día, con la diferencia de que ahora no se ponía a la defensiva cuando Denki se dejaba caer en su cama como niño malcriado. En esa ocasión apenas si le dirigió una mirada mientras seguía dictándole a su administrador las instrucciones del día.

HanamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora