—¿Nunca se te ha ocurrido que tal vez los tengan ellos? —Me mira—. Los papeles.

¿Cómo puede hablarme de los papeles cuando estamos tan cerca? Tan cerca que podría...

—Nunca los encontraste, hemos recorrido cada rincón de este lugar. Tal vez ellos los encontraron primero.

Su teoría me saca de un tirón de las fantasías. Nunca había sospesado la probabilidad de que los Richardson hubiesen recuperado los papeles. Ahora que Abbie lo menciona, no suena tan descabellado.

—Tiene razón. Es probable que los hayan buscado por cielo y tierra, no me sorprendería si los hallaron.

Espero que no. No quiero tener que volver a meter mis manos entre sus porquerías.

—Rechacé la invitación de Austin. Pero estaba pensando...

La miro. No hace falta que termine, a este punto la conozco lo suficiente como para saber en qué piensa.

—No.

Sus cejas se hunden en una expresión de hastío. Sus labios rosados se curvan en una mueca que me genera ternura.

—¿Por qué no?

—Es peligroso.

¿Cómo podría dejarla meterse en la casa de esos psicópatas para buscar algo que ni siquiera tiene que ver con ella?

Jamás.

—Iremos juntos. —Sus ojos brillan y agita sus pestañas de una forma que logra arrebatarme una sonrisa—. Vamos... ¿No quieres ser mi guardaespaldas?

Bueno... No estaría mal. Aunque me gustaría más ser su pareja de velada.

Repaso los pros y contras de esta descabellada idea. La última vez que me metí en esa casa para robar terminé muerto.

Observo al delicado ser humano sonriente que me agita las pestañas en un gesto que busca conquistarme. Si supiera que ya me tiene a sus pies...

Si a ella llega a pasarle algo por repetir la historia... Un escalofrío me recorre de solo pensarlo.

Mataré al que quiera tocarle un mísero pelo.

—Acepto.

Su media sonrisa es todo lo que necesité para que todas mis preocupaciones, de repente, se esfumaran.


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Mi reflejo en el espejo me saluda otra vez, aunque en esta ocasión no llevo un traje color vino, sino uno negro clásico. Peino los pelillos que se han salido de la simetría perfecta que conforma mi peinado, y doy un asentimiento satisfecho con mi imagen.

La noche se ha sumido sobre el día con más anticipación. Por alguna razón, me he encontrado observando la luna con un puntazo en el pecho, como si ella quisiera tener una conversación conmigo. Su brillo me advierte de algo, mas no puedo saber qué.

Vaya... Me estoy volviendo loco.

Alejo las sandeces que mi asustado subconsciente crea para impedir que vuelva a pisar ese lugar. Lamentablemente, estoy bastante decidido a hacerlo.

Cuanto más lo pienso, más sentido tiene que esos papeles hayan vuelto a su lugar de origen. Esos miserables pudieron haberse metido en las entrañas de mi cabeza con tal de descubrir en dónde los escondí.

¿Cómo puedo no recordarlo?

A veces me siento inútil por no poder contar con los recuerdos más importantes de mi pasado, aunque una parte de mí desee no saberlo, porque recordar significa abandonar este mundo. Y aún no estoy listo para eso.

He pasado trescientos años rogando y rogando para que Dios, la vida, el universo o quien sea que esté detrás de esto me deje morir. Fueron años de tortura injusta e inmerecida, años de intentar tirarme de los techos de las casas para lograr acabarlo por mi cuenta. Años y años de sufrimiento para hoy estar intentando alargar mi estadía un poco más, y todo por un par de ojos negros.

Resoplo al compás de mi pie, que sube y baja enfundado en unos mocasines negros. Me siento nervioso, se supone que ella ya debería estar lista.

¿Sería impertinente de mi parte ir a visitarla? No, tal vez se está arreglando aún.

Ya sabes cómo son las mujeres, Hank.

Miro el reloj viejo rodeado de telarañas que cuelga de la pared del recibidor. Las escaleras están vacías y falta tan solo media hora para que empiece la cena. Austin, a unos metros de mí, resopla como un caballo y alterna su peso de pie en pie esperando que ella haga acto de su tardía presencia.

La impaciencia y el hastío se huele en el ambiente, y pese a que Abbie accedió a su invitación puedo ver que las cosas entre ellos dos aun no van del todo bien.

A las nueve menos cuarto, y tan solo con quince minutos para llegar a la casa de los Richardson, la veo bajar por las escaleras.

Mi boca se entreabre sin mi permiso y mis ojos siguen descaradamente el vaivén de sus caderas cuando baja con cuidado los escalones. Un vestido rojo se amolda a su cuerpo sin dejarme margen para la imaginación, todo un fruto prohibido que mis ojos gozan de ver y mi cabeza reprende. Mis manos pican con locura, pensando en acariciar la seda del vestido. Un bonito pero no exagerado escote deja entrever el comienzo de sus pechos, y aparto la mirada sin poder seguir detallándola, si sigo, me temo que no podré parar.

¿Y ahora cómo fingiré que no quiero besar cada porción de su piel?



N/A: Sorry por no actualizar hace rato, amores. La notita en mi perfil explica un poco por qué. Pero aquí les traigo nuevo cap :3 No me maten.

 Pero aquí les traigo nuevo cap :3 No me maten

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