Abbie Thompson
En la actualidad, siglo XXI
El fin de semana llega antes de lo esperado y después de tantos días pesados, estoy emocionada por salir con mi hermano. Hank ha estado especialmente intenso estos días, parece un niño de cinco años con su actitud egoísta y caprichosa. Entiendo que se aburra, pero tengo mi vida también.
Él está muerto, pero yo no, es algo que debe aceptar. No quiero encerrarme en una burbuja donde solo exista él y todo lo que se le relacione.
Tengo sueños, tengo metas, tengo miedos y tengo asuntos sin resolver conmigo misma. Y para ello necesito tiempo y espacio.
Pero Hank Hawthorne no es un hombre de tiempos ni espacios. Lo pude comprobar cuando incluso luego de sacarlo a pasear todos los días y platicar con él, no le basta para dejarme un rato en paz.
¿Debo pedirle permiso para ir a orinar también? Debería encerrarme en el baño a hacer la tarea, tal vez así deje de perseguirme.
La universidad ha sido un grano en el trasero últimamente. Ponerme al día con un semestre atrasado no es tarea fácil y mi cuello parece una roca. Psicología, para colmo, no es nada sencilla. Sin embargo, puedo afirmar que amo los debates con los profesores y a dónde aquello puede llevarme.
Dejo mi cuadernillo y cierro la tapa de la computadora. Mis ojos arden de cansancio y siento que terminaré usando lentes a este paso.
Estiro mi cuerpo y escucho los chasquidos de éste tronando. Una buena sesión de masajes no me vendría nada mal.
Un mensaje de Austin ilumina la pantalla vieja de mi celular. Mamá me lo regalo cuando tenía dieciséis y aún sigue vivo, un poco magullado, pero vivo.
Me encamino al armario para buscar algo para ponerme cuando leo el mensaje de mi hermano apurándome para salir. Un jean azul oscuro, un jersey color carmín que era de mi abuelita y unos borcegos que me trajo Austin del trabajo es lo que me pongo.
Parece que el alcalde y su familia tienen tanto dinero que hasta le regalan las cosas que ellos no desean más a los empleados. No me imagino cuál será su patrimonio en cuanto a ropa cara y joyas.
Me amarro el cabello en una coleta baja simple con un pequeño moño oscuro en ella. Hank la encontró husmeando entre mis cosas hace poco y dijo que era lo único bello entre ellas.
Una pequeña sonrisa curva mis labios sin que pueda evitarlo, y aprieto un poco más el moño.
Salgo rápido cruzándome al fantasmita en el camino y le aviso que saldré. No se sorprende, pues parece tener todo mi itinerario grabado en su cabeza.
—No hagas idioteces mientras yo no estoy. —Hace un gesto de fastidio y resopla.
—No soy un niño, de hecho, usted lo es. —Mi ceño se frunce y me cruzo de brazos. Sus ojos viajan a mi cabello mientras le digo:
—Créeme que de niña no tengo un pelo. —Sus esferas doradas vuelven a mí con velocidad y algo revolotea en su mirada, mas no logro descifrar qué.
Se acerca un paso con una ceja arqueada y lleva una mano a mi cabello. Jala la bandita y, dejándome con el corazón en la garganta, esta se desprende de su agarre y cae al suelo.
—Para ser una niña tomas bastante en cuenta las opiniones de los hombres. —Le echa una ojeada a la bandita con el moño en el suelo y una comisura se alza sin que él se percate de ello.
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Loop
RomanceLoop. "Mors ultima linea rerum est". ¿Qué tan lejos puede llegar el alma del cuerpo? ¿Y qué tanto tardaría la muerte en alcanzarla? *Por favor, no copies ni uses contenido que no te pertenece. Sé original. *Está prohibido la copia, adaptación total...
