〔XIV〕

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Carmel Richardson

En la actualidad, siglo XXI

El auto chocó contra su objetivo, el vehículo rojo que llevaba a una familia de cuatro a sus vacaciones en la costa, y que se encontraba manejando a una velocidad moderada por la ruta vacía. Ambos colisionaron, y la fuerza del impacto terminó arrastrando con ella al auto rojo, que se desvió del camino y acabó cayendo por el acantilado que rodeaba la ruta.

Sonreí con el auto de juguete negro entre mis pequeñas manos, y observé con emoción el vehículo rojo metálico cuya pintura comenzaba a salirse en los bordes. Imaginé a la familia que iba dentro atrapada en el carro destrozado, con los asientos bañados en sangre de las pobres víctimas de ese fatídico accidente, quienes trataban de salir de allí antes de que explote.

Lastimosamente, no lo lograron, y el vehículo explotó antes de que ellos siquiera puedan despedirse los unos de los otros, carbonizando sus cuerpos y dejando un aroma a carne quemada impregnado en el espacio.

Ladeé la cabeza y volví a dirigir mi vista al auto negro, mi pequeño triunfador, le tenía tanto aprecio.

Mamá entró a la habitación luego de destrabar la puerta y asomó la cabeza, cautelosa, recorriendo cada rincón del lugar para verificar que no haya nada extraño. Luego me miró a mí y a mis autos de juguetes con aquella extraña mirada que siempre me daba.

—Mira, madre, deberíamos llamar a la ambulancia. Esas personas se han quemado vivas. —Señalé el auto rojo de juguete que yacía dado vuelta a medio metro de mí—. Huelo su aroma, es delicioso. ¿Sus huesos también se quemarán? ¿Podemos darle su carne cocida a Timothy? —Timothy era el perro de la casa, un Doberman enorme que aniquilaba a cualquier intruso que se atreviera a saltar la reja de nuestro hogar.

Mamá me miró horrorizada y volvió a cerrar la puerta con brusquedad, asegurándose de colocar bien todas las trabas y dejándome completamente encerrada entre esas cuatro paredes.

Observo el cielo anaranjado mientras dejo ir ese pequeño fragmento de un recuerdo viejo de mi niñez. Que agridulces días eran aquellos, dignos e indignos de recordar, un tormento y una belleza, ¡qué dilema!

Me gustaría abrir la ventana y asomar la cabeza por ella, dejar que la brisa fresca me acaricie la piel y que los finos rayos de sol me calienten el rostro. Pero desde que usé uno de ellos y una lupa para crear fuego a los once años, mis padres han transformado mi ventana en una que no dejase pasar la luz hacia adentro y la han cerrado con candado. Una verdadera lástima, los incendios que involucran la naturaleza son los mejores. ¡Y nadie puede culparme por ellos!

Hace una semana han despedido a una cocinera que trabaja para nosotros desde que yo era pequeña, y todo porque cometió el error de dejar la hornalla prendida sin saber que yo merodeaba libre por la casa y que ese día mamá había decidido no encerrarme en mi habitación. Y por supuesto que, apenas mis ojos captaron la deslumbrante llama anaranjada semi transparente, me acerqué hacia ella y la usé de materia prima para incendiar la mitad de la casa.

Fue divertido jugar con el fuego hasta que los aguafiestas me lo quitaron y apagaron todos los incendios. Una verdadera lástima, pues me estaba divirtiendo.

Al final, la empleada se fue sin trabajo y sin paga y yo me despedí de ella cortando uno de los cables del auto en el que partió. Su nombre apareció en las noticias poco después, la pobre había muerto en un accidente.

Mis padres se lamentaron y fueron a soltar un par de lágrimas a su funeral, cuando a escondidas habían contratado a un agente del caso para borrar las posibles huellas que su hija había dejado en el auto de la señora muerta. No me regañaron, solo se limitaron a encerrarme otra vez en mi habitación, como casi todos los días, con el pretexto de que soy un peligro para andar suelta, y que por mi bien y el de los demás es mejor mantenerme enjaulada como a un pajarito. Despidieron al doctor que trataba mi enfermedad y lo suplantaron por otro con mejores títulos, aunque sigue siendo la misma porquería, las mismas preguntas tontas de un viejo con bigote que busca alguna respuesta de mi parte que le confirme que estoy, como todos dicen, loca de remate.

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