〔XII〕

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Abbie Thompson

En la actualidad, siglo XXI

Su sonrisa es extraña.

Es lo primero que pienso sobre ella. Hay algo que no me gusta, una mala espina que me pincha constantemente advirtiéndome que algo anda mal con esa mujer. Y lo confirmo en el momento en que Hank huye del lugar como si lo persiguiese el diablo.

Y tal vez sí lo hacía.

—¿Abbie? —La voz de mi hermano me devuelve a la realidad, haciéndome regresar la vista a las personas frente a mí, y no a la puerta vacía por la que escapó el fantasma segundos atrás.

Tomo la mano de la pelinegra, que me sonríe cordial, aunque un brillo extraño en sus ojos me hace dudar de su cortesía. Su piel suave contra la mía me produce una sensación extraña, un revoltijo en el estómago me roba una pequeña mueca cuando siento como hace más fuerza al presionar nuestras manos entrelazadas.

¿Y a ésta que le pasa?

—Es un gusto conocerte, Abbie. Mi nombre es Carmel Richardson. —Su voz es melosa, dulce y serena. Las palabras salen de sus labios con una lentitud suficiente para hipnotizarte, como si se tratara de una táctica para envolverte con su forma de hablar y luego estrangularte en la oscuridad.

Aunque mi ego salga herido al admitirlo, ella me provoca escalofríos.

—Abbie Thompson, el gusto es mío. —Mentira.

—Oh, pero mira que bonitas. Hasta podrían volverse amigas, a Carmel le vendría bien tener un poco más de compañía. —añade Vera, con algo escondido en su tono de voz que me eriza los pelillos de la nuca. La forma en la que observa a su hija es cautelosa, como si midiera cada uno de sus movimientos para saltar a evitar una posible guerra, y a la vez desesperada, como si quisiera a toda costa que ella se relacionara conmigo.

Fuerzo una sonrisa que casi termina en una mueca, y pido permiso para llevarme a mi hermano a un rincón de la habitación para hablar a solas.

—¿Se puede saber desde cuándo te relacionas con este tipo de gente? —Mi pregunta lo descoloca y no duda en cruzarse de brazos y fruncir el ceño, en una pose defensiva.

—¿A qué te refieres con "este tipo de gente" exactamente, Abbie? —Su tono destila molestia e indignación. Pero eso en estos momentos me vale tres hectáreas de mierda.

—A ricachones idiotas con pinta de asesinos en serie, de mente cerrada y con el cerebro en el trasero.

Austin bufa.

—Creo que estás siendo un poco prejuiciosa, hermanita. A penas los conoces. —Voy a refutar, pero él alza un dedo dándome a entender que su discurso aun no acabó—. Además, no se trata de hacer amigos. Estos son puros negocios, nadie aquí viene a crear lazos que no sean para un futuro beneficio económico.

Ahora la que bufa soy yo.

—Ya tienes un buen trabajo. ¿Para qué quieres caerle bien al alcalde? —Austin me mira como si mi pregunta fuera la más estúpida que ha oído en años.

—¿Mayores contactos, mayores oportunidades? —Su obviedad al hablar me saca de quicio, pues no logro comprender su ambición. Tenemos bastante ya, ¿para qué desea más?

Estoy a punto de contestarle algo filoso cuando un grito de horror nos pone en alerta a ambos. No dudamos en correr hacia el lugar en donde Vera Richardson grita escandalosamente, adentrándonos en una habitación llena de humo.

Mis ojos no logran despegarse de la imagen que se desarrolla frente a mí, donde la mujer pelinegra observa maravillada como una gran llama naranja consume una cortina costosa a velocidades preocupantes. Con un encendedor y un frasco grande de lo que parece ser gasolina en sus manos, es indiferente a los gritos y zarandeos de parte de sus padres, que le reprochan estar incendiando la casa.

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