Si no estuviera muerto podría haberla ayudado, acompañado.

Me siento en el escalón de la entrada y miro el punto en donde se perdieron. Tardarán en volver, el hospital más cercano está al otro lado del pueblo.

Aun así, me abrazo a mi mismo y dejo que la culpa me consuma mientras el atardecer me abandona, solo y a merced de mis miedos.

Perderte me da más miedo que reencontrarme con la muerte, Abbie.


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—Hola, Hank.

Los años le han pasado factura a su piel, repleta de arrugas. Pero sus ojos siguen teniendo ese brillo jovial.

Sé que no puede oírme, pero aun así le respondo.

—¿Cómo estás, Ángela?

Su menudo cuerpo se encuentra oculto bajo capas y capas de gruesas frazadas. Sus labios están resecos y unas marcadas ojeras enmarcan la parte inferior de sus ojos.

Abro la puerta por completo, usando un poco de mi energía. Ella clava sus ojos en la madera oscura y pasea la mirada por sus alrededores, como si pudiera encontrarme. Al final, sus ojos se pierden en la nada.

—¿Cómo estás, hermanito?

Muevo una silla a unos metros de la puerta. Tomo asiento mientras me deleito con la sonrisa risueña que empieza a adornar el rostro de mi hermana pequeña, que ya me ha doblado la edad.

—¿Sabes? Kevin se ha negado a escribir su testamento. Le duele aceptar que nos iremos sin ti. —Trago el nudo que se ha asentado en mi garganta. ¿Testamento? ¿Tan pronto? —. Me pregunto por qué sigues aquí, con nosotros. ¿Nos has estado cuidando? —Suelta una risita que me trae viejos recuerdos—. Quiero creer que sí, y que ese no es el destino que nos toca luego de morir.

No, Angie. Ese es mi destino. Maldito y condenado.

—Lo convenceremos. —agrega, después de unos largos segundos en silencio—. Marcos y yo convenceremos a Kevin para que deje esta casa a manos de los Hawthorne.

Ambos sabemos que no habrá ningún Hawthorne después de nosotros, pero ninguno parece querer comentar nada al respecto.

—Estaré con ustedes hasta el último segundo.

—Te quiero, Hank.

Nunca supe que esa sería nuestra última conversación.

La noche me ha abrazado como un manto. Las estrellan cubren el cielo y me alegra que eso no haya cambiado. El cielo es lo único que se mantuvo intacto en Brightville después de todos estos años.

Sigo esperando en las escaleras. Aún no han llegado y su tardanza me tiene de los nervios.

A eso de las once de la noche veo a lo lejos los faroles del vehículo. Me paro entre tropezones y corro hacia la reja.

Austin se encarga de aparcar de nuevo en el jardín, y lo primero que puedo notar es que esa arpía ya no lo acompaña.

Gracias al cielo.

Me pego al vidrio de la ventana e intento ver bajo la tenue luz de la luna el cuerpo de Abbie. Parece estar recostada en los asientos, mas no logro saberlo con certeza.

Austin abre la puerta con un gesto cansino y saca el cuerpo de su hermana del vehículo. La carga hasta la habitación sosteniendo una muleta con uno de sus brazos. Cuando llega, la coloca con cuidado sobre la cama y la cubre con las mantas.

LoopWhere stories live. Discover now