Ella ríe, histérica y emocionada.

Maldita loca.

—Eso es, Hank. Acaba con esto. —Presiona más el filo sobre su piel. Mis manos tiemblan por la indecisión—. No seas cobarde, cariño. Acaba lo que no pudiste en ese entonces.

Un llamado débil tira de mis ojos hacia ella. Abbie luce agonizante, la sangre ha manchado todo el colchón y su cuerpo tiembla. Aún así, se las ingenia para hablar.

—No lo hagas, Hank... —La súplica en su voz me hace dudar. Aflojo la mano y dejo un espacio entre el vidrio y la piel de Carmel.

—¡No seas inútil! —grita ella—. Imagina lo que pensará tu familia de ti. Pobre imbécil, no pudo salvarse de su destino una vez, y ahora tampoco podrá.

Sus palabras tocan una fibra sensible. Si estuviera vivo, mis dientes se hubieran partido por la presión de mi mordida.

Quiero matarla, quiero mandar cada maldito centímetro de su cuerpo al fondo del infierno.

—¡Eso es, Hank! —El vidrio corta la primera capa de piel, la sangre traspasa mis dedos. No quiero ensuciarlos con su suciedad.

Voy a matarla.

—¡No, Hank! Oh, dios... —Un gruñido abandona sus delicados labios. Esos jadeos saliendo de ella no se sienten correctos. De esos labios solo tienen que salir risas—. Por favor... para. No me siento bien.

Eso fue todo lo que necesité para soltar el vidrio y tirar del cabello de Carmel hasta lanzarla lejos de nosotros.

Me acerqué a Abbie con el cuerpo temblando, la mandíbula apretada y mis ojos picando de angustia.

No puede morir. Ella no... no puede.

Mis manos se dirigieron a mi rostro sin pedir permiso. Me despeiné el cabello, siempre impoluto, hasta dejarlo hecho una maraña desastrosa.

Debo hacer algo.

Su piel se vuelve cada vez más blanca. La sangre no deja de salir y Abbie parecer estar rozando la inconsciencia.

Mis manos se dirigen a la carne abierta. Aguantando la impresión que me genera ver su bonito cuerpo destrozado de esa manera, presiono con fuerza arrebatándole un alarido.

—Lo siento, yo... No sé que hacer, necesito frenar la sangre, necesito... —Un cuerpo atravesando el mío me interrumpe. Austin se apresura por sacar todo del botiquín.

Me aparto y tomo lugar del otro lado de la cama, para tener una mejor visión de como el pelirrojo desinfecta la herida y la venda con rapidez.

—Tenemos que ir a un hospital. Es un corte profundo, vas a tener que pasar por quirófano. —La bilis me sube hasta la garganta cuando el peso de mis acciones me cae encima.

¿Todo esto ha sucedido por mi impertinencia?

Mientras Austin se encarga de cargar a su hermana sin tocar su herida, puedo ver a Carmel peinarse el cabello con los dedos sin despegar su mirada de mí. Hay fuego en sus ojos.

Ella quiere venganza, quiere destruirme. Carmel quiere hacer de mi muerte un infierno aun más de lo que su vieja versión lo hizo con mi vida.

No me doy tiempo a enfadarme. Me apresuro a seguir a Austin hasta el jardín. Intento entrar en la carroza metálica, pero él cierra la puerta antes de que pueda montarme.

Maldigo entre dientes y sigo con los ojos al vehículo en donde Austin, esa bruja y mi señorita se han marchado.

Otra vez, desearía poder estar vivo.

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