—¿Qué cosa has recordado? —pregunta, aunque su mirada delata que ya ha sacado sus propias conclusiones.

—Mi pasado. He recordado una conversación con mi padre, específicamente una en la que le pedí que me ayude a construir un ataúd, mi ataúd. —Decirlo en voz alta aclara algunas de mis dudas.

—Eso quiere que decir que tú... —Su expresión perpleja habla por ambos, pero aun así decido terminar la oración.

—Sabía sobre mi muerte, o al menos lo intuía.

Sin embargo, hay muchos cabos sueltos aquí. Si sabía que iba a morir, ¿por qué no hice algo para impedirlo? Sé que no me hubiese rendido ante las garras de esas larvas, me conozco y si es necesario, doy pelea. Entonces hay algo que se me está escapando.

—No entiendo. —La miro y me encojo de hombros. Peino mi cabello hacia atrás con frustración y admito:

—Yo tampoco.

Un grito desde el piso inferior interrumpe nuestra conversación. Austin la ha llamado, y entiendo cuando se disculpa y sale de la habitación a paso apresurado, dejándome con mil dudas y la foto de ese misterioso anciano a quién no me atrevo a volver a observar.

Unos minutos después me dirijo abajo. Ha pasado un tiempo y me intriga saber qué le está tomando tanto a aquellos dos. Estar muerto te vuelve chismoso, a cierto punto.

En el comedor me encuentro con dos rostros conocidos y un intruso, uno muy desagradable. Abbie me echa tres miradas rápidas por el rabillo del ojo, ha notado mi tensión.

Rodeo la mesa acercándome peligrosamente al hombre que está sentado en mi silla. Abbie se remueve inquieta al notar que mis ojos no se despegan de él.

—Puedo mostrarte mi habitación, le he agregado decoración, ¿quieres? —Los dos hombres observan con extrañeza como la castaña se apresura en cortar su conversación a medida que yo me acerco más.

Cuando me posiciono detrás del joven y lo perforo con mis ojos en la cabeza como si fueran rayos láser Abbie lo tironea luego de ofrecerle una disculpa a Austin y se lo lleva a rastras.

Observo con molestia el punto en el desaparecieron y siento los engranajes correr con fuerza cuando recuerdo sus palabras: "Puedo mostrarte mi habitación".

Maldita sea.

Avanzo enfurecido y, a consecuencia de ello, me tropiezo con una silla logrando moverla con facilidad. Dirijo la mirada a la silla fuera de su lugar, y luego reparo en el pelirrojo que la observa igual de aturdido. Lo veo frotarse la barbilla con miedo antes de largarme de allí.

Demonios, Hank. Debes tener más cuidado.

Subo las escaleras con tanta furia que siento la madera rechinar con mis pisadas, y de nuevo el mundo se paraliza por la sorpresa.

¿Cómo es posible? No tengo la energía suficiente para hacer eso... ¿no?

Sacudo la cabeza dejando el tema para otro momento, y me concentro en un punto fijo. Aquella maldita puerta que está cerrada. ¡Cerrada, carajo!

Debo dejar de decir barbaridades.

Abro la puerta de una patada y no dejo a mi cabeza preguntarse por qué de repente puedo hacer cosas que normalmente no. Ver a Mark con su asquerosa mano sobre la mejilla de Abbie invoca un calor que me sube hasta las orejas. El ceño fruncido de ella solo potencia mis emociones.

¿Se estaban divirtiendo de nuevo en mi habitación? Esta vez no lo permitiré.

Me acerco hasta el niñato y lo cojo del cabello ante la mirada atónita de la señorita para arrastrarlo lejos de ella.

LoopWhere stories live. Discover now