Abbie rueda los ojos, exasperada, y me ignora para seguir tecleando en su cacharro asqueroso —y mi peor archienemigo—. Me marcho furioso y uso mis ahorros de energía solo para dar un portazo detrás de mí, que seguro logró alterarla aunque sea un poco. Me siento como un niño infantil y caprichoso al que le sacaron su golosina.

¿Es irrespetuoso de mi parte compararla con un dulce? Porque sin duda lo parece, bonita y apetecible.

Me sobo la sien ante mis propios pensamientos. Me estoy convirtiendo en una persona estúpida y dependiente, justo lo que más aborrezco.

El fin de semana llega tan lentamente como el paso al infierno. He descubierto en todo este tiempo que tenemos doce jarrones, treinta y tres objetos de oro puro y setenta y siete cuadros repartidos por toda la mansión. Además de los demás adornos, que esos también los estuve contando.

Abbie ha salido con su hermano, tal como lo habían planeado durante la semana. Se han ido para el mediodía y aún no han vuelto. Me siento solo y abandonado; pese a que me he querido colar en la salida, ella no me ha dejado. Alegó que, si su hermano notaba mi presencia por algún descuido suyo, estaríamos en problemas. No tuve más remedio que aceptar.

¿Qué podía decirle?

¿Que me siento ignorado, abandonado y desdichado por esta muerte injusta y la soledad que conlleva?

¿Que me muero de ganas de acariciar su cabello y oler el dorso de su muñeca, para descubrir qué colonia usa?

No puedo decirle eso, sería humillante.

Decido dar un paseo para alejarme de mis propios pensamientos. El silencio inunda cada rincón de estas paredes que, lejos de parecerme añoradas, comienzan a asfixiarme.

Me dirijo a un viejo lugar que hace mucho no visito. He visitado la habitación de cada uno de mis familiares, de mis seres queridos; he pasado, incluso, por los cuartos de los empleados. Pero jamás he parado aquí, de alguna forma todo sigue tan igual a como yo lo recuerdo que una dolorosa nostalgia me recorre los huesos cuando paso por la puerta. Sin embargo, hoy me planto frente a ella.

Empujo la madera liviana con esfuerzo y hace un estruendoso sonido que me eriza los pelos de los brazos. El aire está bañado en partículas de polvo que por suerte no respiro y cada mueble es el hogar de una araña; los papeles se ven amarillentos, pero ordenados. Me sorprende encontrarlos así, porque no recuerdo a padre como una persona especialmente meticulosa.

Avanzo observando todo. Recuerdo la última vez que estuve aquí, teniendo una amena plática con mi padre sin saber que sería la última.

Aprieto los labios y me dirijo a su escritorio. Es el único mueble que se ve pulcro y ordenado, y eso me provoca una mueca de confusión.

Intento abrir los cajones, mas mi energía no es la suficiente porque están algo atascados. Pruebo suerte con los papeles y vagamente logro mover algunos para revisar los que están debajo. Me siento exhausto al instante.

Pateo con fuerza el mueble sin moverlo ni un pelín. Soy un inútil, no entiendo por qué mi energía es tan baja. No pude salvar a Abbie de caer al lago, no puedo abrir un maldito cajón y me siento horriblemente agotado por mover algunos papeles.

Quiero golpear y romper cada cosa que mis ojos son capaces de captar, me siento fuera de mí mismo. Tengo que respirar profundamente y llevar mis manos a mis piernas para no explotar, las últimas veces no salió bien para mí.

Tironeo mi cabello cuando el ejercicio de respiración no da resultados. Mis dientes castañean de nervios y la rabia me hierve la sangre que no tengo. Grito hasta que siento que me canso y mi voz parece un eco inaudible, y pateo todo lo que está a mi alrededor.

LoopWhere stories live. Discover now