Le pido que, por favor, si está usted de acuerdo con los términos antes propuestos, complete y envíe el formulario adjunto a este email.

Muchas gracias por su tiempo y felicidades por su beca, esperamos su respuesta.

Atentamente, dirección administrativa de la universidad Benjamín Rushell.

Salto sobre mi sitio y me llevo una mano a la boca, mordiendo con fuerza para no gritar.

Por dios.

Aparto la laptop sin demasiada delicadeza y me levanto de la cama, acomodo mis pantuflas rápidamente y me calzo antes de salir corriendo hacia la puerta. Recorro el camino correspondiente hasta llegar a la planta principal, justo frente a la entrada, y miro a mi alrededor buscando al fantasmita. Como no lo encuentro, me dirijo hacia el pasillo estrecho y busco en esa torre donde suele pasar el tiempo, pero tampoco lo encuentro allí.

Vuelvo sobre mis pasos y me dirijo hacia el salón. Allí lo encuentro.

Con la mirada perdida en un punto en el aire, Hank parece inmerso en algún recuerdo viejo. El ambiente se siente nostálgico y añoso, y una idea fugaz corre por mi cabeza. La cazo antes de que se esfume y solo eso me basta para volver corriendo hasta mi habitación y revolver mi armario.

Hace algunos años atrás, para mis dieciséis, mamá me regaló un vestido rosa que le compró a una artesana vieja y con las manos arrugadas y, según ella, ese vestido fue su última creación antes de morir. A mí nunca me gustó, siempre creí que parecía un camisón de abuela, pero no me atreví a decírselo a mamá, así que lo usé un par de veces para mantenerla contenta.

—Con que aquí estabas. —digo, cuando vuelvo a entrar al salón.

Hank voltea y me echa una mirada de arriba a abajo que intenta ser disimulada, pero falla. Sus ojos se encienden con algo que no logro identificar.

—Estaba, eh... merodeando. —carraspea y clava sus pupilas en el suelo. Parece nervioso, y eso solo me genera ternura. Su cabello caramelo cae delicadamente sobre su rostro, parece sedoso, y me inundan unas inmensas ganas de acariciarlo. Ojalá pudiese...

—Como te vi tan elegante, creí que sería divertido vestirme así también. ¿Me veo mal? —Me observo a mí misma tomando la falda suelta entre mis manos. Este vestido no me parece para nada bonito, y estoy segura de que a pocas personas les agradaría. Pero a una persona nacida en el 1800 puede que sí.

—Para nada, es preciosa. —Siento un calor subir por mi rostro y la necesidad de cubrirlo con mis manos.

Este salón me recuerda a aquellas escenas de películas en donde distintos aristócratas asisten a un baile elegante, donde lucen sus mejores joyas y bailan el vals, toman champagne caro de copas de vidrio y juegan a echarse el mejor insulto entre ellos con la sonrisa más bonita.

Y de repente, se me ocurre algo.

—¡Oh, ya sé que podemos hacer! —Saco mi teléfono y abro la aplicación de música. Busco una playlist vieja que adoro escuchar cuando siento la necesidad de dejar volar la mente un poco. Subo el volumen y dejo que el sonido inunde el lugar, dándole vida a mis pensamientos. Coloco el celular en una silla y permito que todo, de repente, se vuelva realidad.

Sonrío cuando el salón se llena de personas moviéndose al compás de la música. Las faldas con encaje y tela de seda vuelan rosándome las piernas, y los sombreros sobre las cabezas de los caballeros son sombrillas cubriéndome de la lluvia de estrellas que parecen ser las luces de los candelabros.

Puedo llegar a sentir el aroma a tabaco de las personas que fuman en un rincón del salón, junto a las ventanas abiertas.

Y entre todo ese caos, me encuentro plantada frente a un hombre. No un muerto, no un fantasma, solo frente a un hombre unos pocos años mayor que yo, atractivo, adinerado y fascinantemente magnético. Dejo una mano flotando sobre su hombro, como si pudiera sentirlo debajo de mis dedos.

LoopWhere stories live. Discover now