Ella avanza hasta coger una silla de un rincón y la arrastra hasta unos metros de mí. Deja el celular sobre el asiento y se acerca con una sonrisa de oreja a oreja. Parpadeo varias veces cuando se planta frente a mí y me coloca una mano en el hombro, o más bien, la deja flotando sobre mi hombro. Si presto atención, puedo ver como sus dedos atraviesan la tela de mi traje, como si no estuviera allí.

—¿Eres buen bailarín? —Su voz suena suave y risueña, parece divertida por bailar con un fantasma. Yo me trago los nervios que me produce su cercanía y sonrío con arrogancia.

—Por supuesto. —Llevo mi mano a su espalda, cerca de su cintura, y la dejo allí. Mi otra mano flota simulando tomar la suya, aunque nuestros dedos se atraviesan.

Un sentimiento de tristeza se instala en mi pecho al notar que las yemas de mis dedos atraviesan su piel, y las suyas la mía. Pero lo ignoro y sonrío.

Doy el primer paso, guiando a ambos, y ella se apresura a seguirme el ritmo para evitar que mis manos terminen atravesando su cuerpo. Ambos reímos por ello y nos movemos al ritmo de la música.

La falda de su vestido vuela cuando se mueve, y me hipnotiza ver su rostro a tan poca distancia. Por primera vez, soy consciente de cada detalle. Las pequeñas manchas en su piel, las pecas sobre su nariz y las marcas de acné a los laterales de su rostro, el rastro de saliva que deja en sus labios cada vez que los relame y la forma arqueada de sus pestañas. Sus ojos me recuerdan a la mismísima noche, con el único brillo de la luna que ilumina apenas un poco la penumbra de su iris.

Si tuviera un corazón, de seguro se encontraría latiendo a velocidades inhumanas, pero ahora solo puedo sentir un cosquilleo imaginario en mi pecho. Y me pregunto, otra vez, cómo se sentirá tocar su piel por accidente, sentir sus dedos entre los míos, acariciar su cabello. ¿Cuál será su aroma? ¿Qué clase de perfume usará?

Las últimas melodías de la canción se hacen presentes, y aminoro la velocidad de los pasos mientras la pieza culmina. Ambos terminamos plantados a escasa distancia, mirándonos fijamente a los ojos sin decir palabra alguna. Y no es necesario, la intensidad de nuestras maridas lo dice todo.

Tanto ella como yo desearíamos poder tocarnos en este instante. Lo deseamos demasiado.

De repente, cuando mis ojos se encuentran clavados en los de Abbie, comienzo a sentirme mal. Mi estómago se revuelve y un dolor potente y punzante se instala en mi cuerpo, como si cientos de agujas se clavaran en cada porción de mi piel. Mi pecho se oprime y me encorvo, llevando una mano hacia allí mientras contraigo el rostro por el dolor.

—¡Hank! ¿Qué sucede? —Se agacha a mi lado e intenta ayudarme, pero su voz se oye lejana. Inhalo con fuerza y dejo salir un grito cuando siento otro pinchazo, me duele cada endemoniado lugar del cuerpo y no sé qué hacer.

Se supone que estoy muerto, estas cosas no deberían pasarme.

Cuando no puedo más con el dolor, trastabillando comienzo a correr y me escapo por la puerta trasera del salón, que da hacia el camino que lleva a los establos. A medida que me alejo más y más, siento como la presión disminuye y las feas sensaciones comienzan a alejarse.

Me pregunto qué es lo que sucede y por qué siento que lo que sea que me ha sucedido tiene que ver con lo que se encuentra allí, en el salón.

Me detengo sobre el césped y observo la puerta por la que salí. Abbie sigue dentro, y no puedo evitar recordar lo que vi antes de salir.

Su espalda ancha y su postura algo encorvada por la vejez. Su barba larga y su traje color beige, sus manos sosteniendo un bastón y su sonrisa algo familiar. Su presencia me trae sensaciones agrias, como si lo hubiese visto en algún lado, y los recuerdos con él fueran oscuros como los de mi muerte. Si lo he conocido en algún momento de mi vida o muerte, sé que no han sido buenos momentos.

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